TW
0

CARLES DOMÈNEC| BARCELONA

El historiador Miquel Barceló (Felanitx, 1939), catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, reúne en «El país llamado deseo» (Ediciones de la Viña) los artículos que publicó en «El País» entre 1996 y 2005. De niño, nadie le explicó los motivos por los que, siendo su entorno mallorquín, los profesores le obligaban a redactar en castellano. De ahí que aún perciba la escritura de textos en este idioma como 'ejercicios de redacción', pero, más que ejercicios, se trata de lecciones. Ya sólo por la puntuación, la obra se convierte en un manual.

-Todo el mundo parece situar la historia según sus propios intereses. ¿Cuál es la responsabilidad del historiador en la sociedad?
-No es cierto que todo el mundo pueda escoger caprichosamente los datos históricos. Existen unos límites bien definidos y contextos historiográficos socialmente determinados que hacen que las preguntas o la elección de preguntas no dependan de arbitrios fantasiosos. No creo que el historiador tenga ninguna responsabilidad en particular, más allá de la realización de análisis coherentes sobre determinados aspectos del pasado de la especie.

-En el libro explica que no se considera bilingüe. ¿Cree que en un ambiente bilingüe, lo que gana una lengua lo pierde la otra, que no pueden convivir en igualdad?
-Eso que usted llama 'ambiente bilingüe' no se ha producido porque sí. Por consiguiente, es la producción de este ambiente lo que nunca se debe perder de vista para entenderlo. Seguramente un 'ambiente bilingüe' es una anomalía. Que yo sepa, resulta muy difícil que dos lenguas convivan en condiciones de igualdad cuando, como se da en este caso, la condición inicial es forzada.

-¿Qué se necesita para ser bilingüe, intimidad con las dos lenguas o más bien se trata de dominarlas?
-No lo sé, yo no lo soy, y, en cualquier caso, no escogí aprender español. Sí que escogí, por conveniencia, hablar y escribir en inglés, pero no soy bilingüe. Ciertamente, hay mucha gente que se siente bilingüe y parece que les guste. Que lo sean, es otra cosa.

-Subtitula el libro como «Ejercicios de redacción». Escribir en castellano, ¿representa aún lo que sentía de niño cuando sus profesores en Inca le enseñaban redactar en este idioma?
-Porque lo son. Ahora, escribir en español no representa exactamente lo que sentía cuando me enseñaron a hacerlo en Inca. Ahora procuro hacerlo como un 'recitativo' donde las cadencias principales son los endecasílabos y los heptasílabos. Haga la prueba releyendo la parte última de mi capítulo introductorio del libro.

-Asegura que «cualquier nacionalismo exige una escritura del pasado, de la historia en definitiva». ¿Significa que se pierde la perspectiva cuando se habla de nacionalismo?
-No quiero decir que se pierda la perspectiva, sino que se adopta una que hace impracticable no sólo el método de análisis general, sino también el procedimiento de elaboración de información, de cuerpos empíricos.

-En el prólogo comenta que el proyecto de implantación del español ha sido el único componente del franquismo que no ha sido sustituido y que, incluso, se ha convertido en un signo de modernidad, el gran legado de Franco. ¿No es darle demasiado importancia?
-Creo que es una evidencia. Y se le da la importancia que los usuarios del español unánimemente, sin fisuras, le dan.