El Canto del Loco, en plena actuación, en Inca, donde hoy ofrecerán un segundo concierto todavía con algunas entradas a la venta en taquilla. Foto: SERGE CASES

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J.CABOT

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9.000 personas ante un escenario. El primero de los dos conciertos que El Canto del Loco debía ofrecer en Inca se saldó con lleno absoluto, cierta histeria y calor. Una muestra más de que emainstream se regenera y a la que le amputas una pata le salen dos cabezas. La rueda de hacer dinero sigue girando y la música allí es un daño colateral. Ellos se han hecho un sitio a base de un discurso musical esquelético. Rock lo llaman. Pero ahora es ya otro de tantos productos transgénicos de los que pueblan las estanterías de este supermercado que es la sociedad de consumo.

Y como tal El Canto del Loco son tremendamente efectivos. Tan normales que no parece verdad, muy cercanos al español medio. Y ellos siempre hacen gala de su condición de chicos de barrio madrileño en contraposición a los excesos de ciertos estrellones. En directo eso se traduce en cierta cercanía, el reconocimiento mútuo. Uno de los nuestros. El compañero de gimnasio o el novio de la hermana. Podrían ser cualquiera de ellos. «Vamos Mallorca, esas manos arriba», comenta el cantante Dani Martín pocos momentos después de empezado el concierto y el público lo celebra consciente de que Paris Hilton nunca sería capaz de decir nada tan humano.

La banda que tiene detrás es una evolución del típico grupo de instituto. Han aprendido a tocar, pero tienen los mismos discos que antes. Ahora venden millones pero en lo esencial no han cambiado. Las mismas canciones de amor, con las dosis justas de rebeldía o velada dulzura de tipo duro, la misma indefinición estilística y la misma medianía. Pero es precisamente eso lo que hace que conecten con el público y que sus canciones funcionen a la primera y que sus fans se vuelquen con ellos y se sepan todas las letras.