Kevin Ayers, en una imagen captada en Deià. Foto: MIQUEL ÀNGEL CAÑELLAS

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JOAN CABOT

Kevin Ayers vuelve a actuar en la Isla. Su isla. Lo ha sido durante más de quince años, y probablemente todavía lo es. Le cuesta hacerse fotografías. Es tímido. Formó parte de Soft Machine, el grupo que dio forma y contenido a lo que se llamaría rock progresivo. Y luego lo dejó. Ellos querían jazz y Ayers quería que la palabra sobreviviera. El jueves 28 actúa en el Teatre Xesc Forteza de Palma y el sábado 30 en el Auditori d'Alcúdia. Serán dos conciertos semi-acústicos en que estará acompañado por el guitarrista Max La Villa. Aprovecha cualquier momento para comentar que La Villa es un gran músico. Su nuevo espectáculo es una mezcla de treinta años de canciones. Repite unas diez o quince veces «creíble». Él lo es bastante.

-¿Se mantiene en contacto con el resto de Soft Machine?
-Sí, hace unos meses estuve con Robert Wyatt y Mike Ratledge, pero no estamos juntos. Coincidimos en el mismo estudio de Phil Manzanera, de Roxy Music, que nos hizo el regalo de poder grabar allí. Robert, especialmente, ha tenido bastante suerte. Elvis Costello le compuso Shipbuilding, que tuvo mucho éxito, y sigue adelante con su proyecto, que siempre ha sido mucho más musical. Yo siempre he partido de la letra.

-Tengo la sensación de que Soft Machine es uno de esos grupos a los que todavía no se les ha hecho justicia...
-Depende de con que grupos lo compares. Respecto a otras bandas de nuestra época nosotros siempre nos mantuvimos en un nivel amateur. Nuestro primer disco, Soft Machine, se grabó como si fuera una sesión en directo, sin apenas producción. Había ideas, había energía, pero no había sofisticación. Cuando empezamos no sabíamos nada de las posibilidades de un estudio, es un álbum muy básico y muy puro.

-De hecho, el rock progresivo en general ha caído en desgracia.
-Es verdad. Quizás porque siempre nos interesamos más por el jazz y la música clásica que por la tradición del blues. De hecho, si dejé Soft Machine fue porque emprendieron un camino hacia el jazz que era demasiado complicado para mí. Yo siempre he dado todo el protagonismo a las palabras, en el fondo soy un escritor.

-¿De dónde viene la inspiración?
-Como escritor o artista, cuando no hay nada de lo que hablar, mejor no hacerlo. Cuando no hay input no hay output. Cuando no pasa nada importante en tu vida es difícil tener algo que contar. Hay un dicho en el mundo del rock que es: nuevo disco, nueva novia. No es tanto una cuestión sentimental como una cuestión de energía, el amor es como la gasolina para el motor. Inventar cosas que no creas realmente nunca es una buena idea.

-Usted siempre ha seguido su propio ritmo, sin atender a las razones de la industria musical.
-Cuando tienes algo que decir, las canciones salen fácilmente. Lo difícil es cuando hay que inventar. Cuando haces una buena canción te das cuenta de que es un canción para siempre. En la música no hay mentiras, ni hipocresía... Siempre tienes que escribir sobre lo que conoces, lo que sabes, a partir de tu propia experiencia.

-¿No ha sido esa manera de trabajar un suicidio comercial?
-Bueno, me gustaría ganar más dinero (risas), pero estoy en el nivel en el que quiero seguir y no me gustaría tener que besarle el culo a los de las discográficas.

-La música cambia. Supongo que también habrá notado los cambios en la Isla.
-Cuando vine aquí por primera vez, con Robert Wyatt, tenía 19 años. Nos quedamos en casa de Robert Graves y para mí esto era un paraíso... Había muchos artistas franceses, pintores y escritores, y todos formábamos una alianza de extraterrestres. Trajimos dinero y me doy cuenta de que, si traes dinero, aquí te perdonan todas las excentricidades...

-¿Cómo ha encontrado Deià ahora que ha vuelto?
-Antes era un refugio para bohemios, ahora es un refugio para ricos.

-Y a la vez siempre ha sido un gueto... Quiero decir, que los artistas extranjeros que viven en la Isla pocas veces se relacionan con los artistas de aquí.
-Pero precisamente por eso creo que la música es algo especial. Yo tuve un grupo con músicos mallorquines, y creo realmente que la música es un lenguaje universal, no importa de que clase social seas, ni de que cultura vengas, porque la música está por encima de todo. La música es una cuestión de confianza, de confianza y de credibilidad. La credibilidad es difícil de falsificar.