Son casi las diez de la noche cuando el gran Carl Cox se pone al mando de los platos. El público, estimado en varios miles de personas, estalla con los brazos en alto, aullando y moviendo su cuerpos al ritmo del indiscutible monarca detechno-house. El inglés de más de cuarenta, nacido en Manchester pero criado en las afueras del sur de Londres, no parará, con su particular estilo de pinchar música, de hacer bailar durante más de tres horas a todo el mundo aquí reunido.
La gente se agolpa contra la valla que separa al respetable del escenario. Los móviles trabajan a destajo, tanto para ser utilizados como cámaras fotográficas, como para transmitir en directo a sus amigos la noche que están viviendo. La estructura, una especie de escenario con techo a dos aguas, donde Cox se encuentra despide luces que tiñen todo el Coliseo Balear de rojo, azul, verde y amarillo.
El pincha discos británico, un verdadero enterntaiment del ámbito global: lo conocen en cada rincón del planeta, se autoanuncia y da la bienvenida a Palma en un muy mal español. Inmediatamente ríe y su carisma todo lo puede. Les puede a ellas de infartantes minis, camisetas de tirantes y mucho movimiento. Les puede a ellos, de infaltables bermudas, chanclas, en el mejor de los casos, y gafas de sol.
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