El reciente hallazgo de 42 vasijas bajo el suelo de la cubierta de sa Llonja confirma que el arquitecto Guillem Sagrera utilizó, en el siglo XV, el mismo sistema constructivo para aligerar el peso de las bóvedas, tanto en este edificio de carácter civil como en su otra edificación estrella de Mallorca, la Catedral. Este descubrimiento se une ahora a otro ocurrido hace unos 30 años cuando, durante unas obras en la bóveda de la Sala Capitular del templo, se extrajeron 109 vasijas. En el primer caso, las piezas cerámicas se sacaron, documentaron y volvieron a su lugar de origen. En el segundo, se encuentran almacenadas sobre la propia bóveda. En ambos, Ultima Hora las muestra por primera vez al público en estas páginas.
Se da la circunstancia que, en ambos edificios, la historiadora del arte y arqueóloga Elvira González ha sido la encargada del estudio de estas piezas, procedentes de Valencia y Catalunya.
A finales de la pasada década de los setenta, la experta fue requerida por Guillermo Reynés Corbella, entonces arquitecto diocesano, para el análisis del más de un centenar de piezas que se habían descubierto sobre la bóveda de la Sala Capitular, investigación que se convirtió en su trabajo de tesis de licenciatura, pero que nunca llegó a publicarse.
Hace unos meses, Elvira González fue llamada por otro arquitecto, Pere Rabassa, quien dirige la rehabilitación de sa Llonja, como arqueóloga de las catas que se realizaron en el suelo de la cubierta del edificio. Allí sí pudo contemplar en directo el descubrimiento de las vasijas. Según cuenta, «estaban colocadas en dos niveles: en el inferior, tumbadas en contacto directo con la curva de la bóveda; y las otras, encima de aquellas, en disposición más inclinada, todas colocadas con gran maestría y sin ningún tipo de ligazón, tan sólo el acomodo entre ellas». El mortero de cal fue utilizado únicamente «para sellar la cubrición».
En este mortero apareció también una suela de zapato de niño que ha sido enviada a analizar al mismo tiempo que las muestras de pigmentos y barros. «Las vasijas volvieron al lugar para el que fueron destinadas y para que continúen la función madurada por Sagrera: el relleno del riñón de la bóveda». Según la proporción de piezas encontradas en las catas, en total debe haber unas 1.500.
Tanto las vasijas de la Catedral como las de sa Llonja son de barro cocido, tienen el cuerpo en forma de huso, carecen de asas y miden entre 65 y 68 centímetros de altura y unas marcas las distinguen. González destaca que «cada una de ellas puede llegar a mostrar dos tipos diferentes de marcas según su procedencia, marcas de almagre [óxido rojo de hierro que suele emplearse en la pintura] y carbón en las valencianas y sellos acuñados, cuando el barro se encontraba aún tierno, en las catalanas».
En cuanto a las marcas de almagre en las vasijas que vinieron de Valencia, «destacan los nombres árabes de los alfareros que rendían las piezas, que prueban la excelente manufactura alfarera de los moriscos en ese momento y en ese lugar», señala la arqueóloga. Por el contrario, las que viajaron desde Barcelona, menores en cuantía, fueron marcadas con «cuños circulares con motivos más góticos». Unas y otros garantizaban el producto.
Pero estas vasijas presentan otras curiosidades que González completa en vistas a una publicación que reunirá ambos hallazgos. Por ejemplo, ha descubierto que «los trazos de las marcas de almagre presentan formas diferentes para cada uno de los destinos: la Catedral y sa Llonja». Esto quiere decir que, ya en origen, se especificaba a dónde iría a parar cada una de las vasijas. Las piezas, coetáneas, salían de Valencia o Barcelona con el rumbo marcado hacía la construcción de cada uno de estos edificios emblemáticos de Sagrera.
Por el momento, apunta González, se baraja la «posibilidad» de que las vasijas «no sólo» viajaran a la Isla como contenedores de mercancía, «sino que, quizás, fueran encargadas de vacío para este fin constructivo».
El uso de piezas cerámicas para aligerar el peso ya lo empleaban los romanos y en España, en el siglo XV, se sabe que, además de por Sagrera en Mallorca, fue utilizado en otros templos como Santa María de Alicante y las iglesias góticas de Santa María del Mar y Nuestra Señora del Pi, en Barcelona.
En Mallorca, en el XVII, se usaron ollas de barro popular en los conventos de San Bonaventura de Llucmajor, Sant Domingo de Pollença y otros edificios religiosas de Inca.
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