El casal que hoy conocemos como Can Prunera, y que mañana abrirá sus puertas como museo modernista en Sóller, da nombre a una saga familiar de un comerciante que, como muchos otros sollerics, partió del valle de los naranjos para intentar hacer fortuna lejos de casa.
Éste fue el caso de Joan Magraner Oliver, conocido como a Joan Prunera que, hacia el año 1889 se marchó a Francia en busca de un trabajo y de un mejor bienestar. Es evidente que, por el legado que hoy todavía se conserva, la jugada le fue bien. Al volver, tuvo dinero para poder alzar este emblemático casal modernista.
Joan Magraner provenía de una familia de tejedores y, con sólo 14 años, se enroló en un barco camino de Francia. Magraner se instaló en Belfort, localidad de Alsacia, donde con el paso de los años consiguió enriquecerse gracias a un negocio de venta de fruta al pormayor. Según explica el historiador Antoni Quetglas, Joan Prunera empezó a trabajar como dependiente, pero tiempo después montó una empresa de importación y exportación de frutas, entre las cuales no faltaron las naranjas. «Se dedicó fundamentalmente a frutas, como uva, plátanos, dátiles de Argel y vinos. Una serie de productos uno poco selectos por aquella época».
Es sí, Belfort no fue el único eje comercial de este solleric que extendió lazos empresariales con Carcaixent. Así pues, Francia, Valencia y Mallorca debieron ser los lugares claves con el fin de construir su tejido comercial frutal. «Los sollerics emigrados hicieron una red de comercio que llegó hasta Puerto Rico y Cuba para la exportación de café».
A pesar de los 1.248 kilómetros que separan Sóller de Belfort, Joan Magraner Oliver no perdió nunca los lazos con su pueblo natal, como tampoco lo hizo su mujer, Margalida Vicens. El heredero del matrimonio, Josep Magraner Vicens, nació en Belfort el año 1899 y, meses después del nacimiento, madre e hijo volvieron hacia Sóller.
El matrimonio tuvo más hijos, pero fue Josep (el primogénito) quien se encargó del negocio familiar. De esta manera, el futuro heredero pasó la infancia en el Valle hasta que a los 19 años (1918) se ocupó de la empresa de exportación e importación de fruta y, como había hecho su padre tiempo atrás, cogió el barco camino de Belfort. Entonces sus padres volvieron a Mallorca.
En aquel tiempo, la casa pairal de la familia Prunera estaba en la Alquería del Comte, en la misma calle de la Lluna. No fue hasta 1909 cuando Josep Magraner encargó las obras del casal modernista que conocemos hoy.
En sólo dos años, la casa se levantó de nuevo bajo los cimientos de un antiguo hogar medieval. «Normalmente, los emigrantes, una vez se enriquecían o conseguían una posición social un poco elevada, lo que querían era retirarse al pueblo y mostrar su nueva posición económica», apunta Quetglas.
Éste debió ser el caso de la familia Prunera, que hizo construir uno de los casales modernistas más emblemáticos de la Vall. «Entre final del XIX principio del XX, cuando las primeras generaciones de emigrantes empiezan a volver a Sóller, éstas van vistiendo casas nuevas y muchas adoptan el modernismo dentro de sus hogares, que era el movimiento predominante de la burguesía», explica el historiador, que remarca que «no tenemos que olvidar que este colectivo de gente pertenecía más a una casa burguesa que a la antigua clase terrateniente que había en Mallorca».
La majestuosidad del casal al número 90 de la calle de la Lluna, el actual Can Prunera, hace pensar en la importancia de la familia. Eso lo constata el hecho que Joan Magraner, una vez «retirado» al valle de Sóller, fue escogido alcalde por el Partido Maurista entre el año 1919 y 1920.
Mientras tanto, su hijo Josep y su esposa (Antònia Castanyer) se habían desplazado de Belfort en Carcaixent para controlar el negocio de frutos. La vida del heredero, que había sido uno de los impulsores de la Sociedad Deportiva Sollerica, quedó truncada en 1941, cuando murió con sólo 41 años.
Sin embargo, Can Prunera se mantuvo vivo. El majestuoso casal pasó de padres a hijos hasta que el año 2006 lo compró la Fundació Tren de l'Art para convertirlo en uno de los máximos exponentes del arte modernista de aquellos tiempos. La prueba de unos años que cambiaron la cotidianidad, la manera de pensar y la economía del valle de Sóller.
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