La Plaça Major acogió primero el folk mallorquín y luego las canciones de Loquillo. | Teresa Ayuga

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Como cada año, pero peor. La política de desconcierto que viene imperando en la programación de la Revetla de Sant Sebastià se marcó anteayer un nuevo hito del sinsentido en una noche de conciertos sin ningún tipo de coherencia, con cabezas de cartel actuando a las primeras de cambio y otros complemente desubicados. Pero ni eso pudo con las ganas de la gente de celebrar las fiestas de Ciutat, cuyo epicentro siempre han sido los foguerons.

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La incombustibilidad de público sirve de argumento para que Cort considere que las actuaciones son lo de menos, que tanto da si los fans de Kiko Veneno se pierden su concierto porque la organización había decidido que tocara el primero, y no ofrecer los horarios en el programa. Los de Loquillo, en cambio, recibieron una lección gratis de ball de bot. Pero si de verdad creen que la música importa poco, igual podríamos ahorrarnos unos dineros, poner un radiocassette en algún balcón y listos.


Las únicas plazas que mantuvieron cierta racionalidad en su propuesta fueron aquellas cuya programación no dependía directamente de Cort, que año tras año va librándose de responsabilidades amparándose en la falta de presupuesto, aunque más que dinero lo que falta es imaginación. De hecho, en una revetla esquizofrénica, de mínimos y carente de interés, en la que en los momentos más álgidos se llegó a las 45.000 personas, lo mejor fueron las fiestas fuera del programa oficial: la torrada del Bar Rita de la Plaça Llorenç Bisbal, la habitual animación en torno al Bar Flexas, el concierto del bar clandestino recientemente reabierto, la multitudinaria asistencia a Sant Canut o el sarao del merendero de la calle Minyones. Es un hecho: si Cort pusiera un cinco por ciento de las ganas e ilusión que ponen los ciudadanos en la revetla de Sant Sebastià, esto sería otra cosa.