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Hay artistas que explotan todas sus cualidades en la madurez, como si resolvieran los secretos de un viejo jeroglífico con el que hubiesen batallado largamente. Rosana encaja como anillo al dedo en ese grupo. La canaria ingresó en el selecto club de la fama superada la treintena con Lunas Rotas (1996), un elepé con el que atrapó el misterio de la canción en los márgenes de la música popular, algo que de nuevo logra con Buenos días mundo (2012), décimo trabajo de una carrera que la acercará al Trui Teatre de Palma el próximo 23 de noviembre, a las 22.00.

Nunca ha sido una innovadora, ni jamás lo pretendió, pero ha estampado su optimismo inquebrantable y contagioso en todo lo que ha tocado, un valor añadido a la prestancia que ya de por sí arrojan sus canciones. «Soy optimista por naturaleza, pertenezco a ese tipo de personas que siempre ven el vaso medio lleno. No me gusta dejarme pisar los pies por el tiempo, prefiero bailar la vida con alegría e ilusión», dispara. En Buenos días mundo Rosana retrata «la sociedad que desearía para todos. Las historias que configuran el disco hablan de emociones muy personales, son la voz de lo que siento y pienso», asegura.

Alérgica al inmovilismo, nos alerta acerca de los cambios que ha impuesto en su nuevo trabajo: «Antes mis textos hablaban de amor, ahora han mutado y se han transformado, son el fiel reflejo de mi evolución en los últimos años», explica con ese cautivador acento canario; un segundo después acierta en la diana de su metamorfosis añadiendo que «antes cantaba al corazón del individuo, ahora lo hago al corazón del mundo».

En conjunto, la suya es una propuesta honesta, que no es poco en los tiempos que corren, aunque fue Mark Twain quien aseguraba que la honestidad es la virtud más sobrevalorada. «Cierto, aunque si uno hace su trabajo lo mejor que sabe y es sincero consigo mismo nadie le puede pedir más». ¿Alguien lo duda?