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Profesora de inglés y pintora, la viuda del pintor Juli Ramis, Joan Benedetta Foster, cumplió anteayer cien años de una vida intensa y llena de recuerdos. Vivaz, coqueta y muy activa, el siglo le llegó rodeada de su familia en Cala Blava, en compañía de sus hijos Bernard, Herminia, Julia, Françoise y Jerónima, que viajaron desde diversas partes del mundo para acompañarla.

La vista, que va perdiendo, es lo único que le impide seguir pintando con la intensidad que quisiera, pero su manos delatan que aún trastea con los pinceles y los tubos de óleo «aunque ya confundo los colores», comentó. Joan es una mujer culta, que igual recita a Shakespeare en inglés, o a Baudelaire en francés y que, según contaba ayer Julia, aún sigue interesada por la poesía. «El otro día estaba intentando aprenderse un poema» porque no quiere dejar de saber, de conocer.

Bélgica, donde nació, Tánger, Londres, Cuba son lugares prendidos a una vida larga y plena, de la que dice que «aunque hubo momentos duros, fue feliz». Esos momentos fueron, por ejemplo, los que vivió en Tánger con su esposo Juli Ramis «porque entonces no teníamos dinero».

Hija de un alto funcionario de Justicia del entonces Imperio Británico destacado en la India, Joan estudió en Inglaterra en un colegio de monjas «católicas, lo que era muy raro» y fue allí donde se enteró «de que en España había llegado la República». Joan no sólo ha compartido espíritu bohemio con sus hijas, -Julia y Hortensia son pintoras-, sino que una de sus hermanas fue pianista y otro escultor.

En cuanto a sus descendientes, que comparten la afición por la plástica con ella y Ramis, Julia, que vive en Inglaterra, cuenta que trabaja el arte conceptual y que acaba de vender diez cuadros, mientras que Hortensia, acuarelista a quien interesan «el color, la luz y los contrastes», actualmente expone en la localidad francesa de Sant Paul de Vence, en la galería hotel Mas d'Artigny, «al lado de la Fundación Maegth», que tiene obra de Miró.

Mientras a Juli Ramis «no le interesaban otras cosas que no fueran la pintura», decía Joan, Hortensia recuerda que «a mi padre no le gustaba que pintáramos en casa, decía que era una carrera difícil que no daba alegrías». Pero los genes estaban ahí y los apellidos Ramis y Foster se han perpetuado sobre la tela y el papel. Incluso el hijo, Bernard, un ingeniero que vive en México, «de pequeño dibujaba y gané un concurso importante, era el orgullo de la escuela».

Pero Joan, quien dice que «tuvo que trabajar mucho» para sacar adelante a su familia, no pintó todo lo que hubiera querido. De su esposo recibió «algún consejo» que le sirvió posteriormente.