«No podemos ser nostálgicos, no vivimos esa época. Pero sí, hay una especie de admiración tierna por ese Hollywood», admitió Joel Coen sobre una película que encadena cada uno de los tópicos de la gran fabrica de sueños con su correspondiente chiste o ironía.
«Me someto a que estos dos tipos se rían de mí», explicó a su lado Clooney, sobre los papeles que suelen adjudicarle los hermanos -"en realidad, primos en primera línea», bromeó- de individuo de pocas luces, como el actor al que interpreta ahora.
Clooney, muy en su papel, alternó los chistes con las galanterías en la rueda de prensa: «¿está usted flirteando conmigo? ahora soy un hombre casado», cortó a una larga pregunta de una periodista polaca.
También se puso algo más serio, ante las insistentes cuestiones sobre el grado de compromiso de la gente del cine ante el drama de los refugiados, y dijo que ése será un tema que abordará mañana en una reunión con la canciller Angela Merkel.
Y se refugió en las evasivas al ser preguntado sobre su presunta inclinación al comunismo -«no voy a responder a eso..»-, en una conferencia ante los medios donde se escucharon más carcajadas y aplausos que en el pase de la película para la prensa.
«¡Ave, César!» es, como dijo Ethan Coen, un filme tierno sobre el trasfondo de un Hollywood donde todo es cartón piedra y mentira, menos la caza de brujas del maccarthismo.
Por encima del papel de Clooney está el de Josh Brolin, un «hombre para todo» al servicio de su estudio hollywoodiano que tan pronto debe resolver el embarazado de una actriz, como el secuestro de un actor por un grupo de guionistas convertidos al comunismo bajo el liderazgo de Marcuse, en una villa de Malibú.
Clooney interpreta a la estrella de lo que en Alemania se denomina un «sandalenfilm» -película en sandalias o de romanos y cristianos-, que no se librará de ese incómodo calzado y demás atrezzo en todo el filme, y al que captura otros dos extras también en sandalias.
Ahí están también el actor-cowboy (Alden Ehrenreich) incapaz de pronunciar una frase si le sacan del western para colocarlo en un filme de salón, más todo tipo de prototipos del cine de género, como Scarlett Johansson convertida en sirena a lo Esther Williams.
Los Coen y su equipo se comportaron como el clan perfecto para abrir el festival con una sobredosis de estrellato -además de los mencionados, acudieron a la cita Tilda Swinton y Channing Tatun-, con el único fallo de la ausencia de Johansson.
A Clooney, entre los más fieles visitantes de la Berlinale desde que asumió su dirección Dieter Kosslick, en 2001, se le recibió como a un amigo de la casa.
Lo mismo ocurrió con los Coen, directores de culto en un festival en el que presentaron «El gran Lebowski» en 1998 y «Valor de ley» en 2011, y también con Swinton, casi tan asidua como Clooney a un certamen cuyo jurado presidió en 2009.
Se lamentó que los Coen hayan amansado un poco su humor negro. Pero fue sin duda el filme que precisaba Kosslick para abrir una Berlinale en cuya competición habrá más cine político o comprometido que estrellas.
Para compensar carencias viene como anillo al dedo al festival la presencia de Meryl Streep, quien se estrena como presidenta del jurado y a la que se recibió como la gran dama que es, mezcla de sentido del humor, inteligencia escénica y compromiso social.
Streep acaparó prácticamente todos los flashes en la presentación del jurado, del que asimismo forma parte su colega británico Clive Owen.
A su equipo y al de los Coen se les brindará la primera alfombra roja, en la gala inaugural de la noche.
Mañana empezará el desfile de las 18 aspirantes a los Osos, que abrirá la tunecina «Inhebbek Hedi» y a la que seguirán una selección de películas que incluye tanto nombres nuevos como consagrados.
Entre éstos últimos, se espera con expectación al francés André Téchiné, el danés Thomas Vinterberg, el serbio Danis Tanovic y el iraní Rafi Pitts -director de la franco-alemana-mexicana, «Soy Nero», única con participación de América Latina a concurso.
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