La hoguera central del acto que se celebró en Gràcia. | Carles Domènec

TW
0

La noche del sábado se celebró en el barrio de Gràcia, en Barcelona, una nueva edición de Foguerons de sa Pobla de Sant Antoni. De la incipiente celebración universitaria de los inicios en el año olímpico de 1992, se pasó, en poco tiempo, a la festividad del colectivo mallorquín de la capital catalana. En los últimos tiempos, ha evolucionado hacia un acontecimiento de carácter global, donde las hogueras pobleras reúnen a numerosos extranjeros.

Tres jóvenes inglesas se sorprendían el sábado de la posibilidad de acercarse tanto a un fogueró, en plena calle. «Eso no puedo ni imaginármelo en Inglaterra, estaría prohibido», decía una de ellas. Se cumplió la tradición de reunir a las autoridades para encender con antorchas el fogueró central, en la Plaça de la Virreina. Destacó Antoni Torrens, el promotor de la fiesta, que hoy cumplirá 82 años. Algunos barceloneses lo paraban por la calle para sacarle una fotografía. Él insiste en que la fiesta es un mérito de equipo y que ya va un poco sola, aunque cuesta creérselo al ver a los miles de ciudadanos que se suman, cada año, al festejo mallorquín.

El presidente del Consell, Miquel Ensenyat, miraba las llamas con aire reflexivo, casi contemplativo. El fuego nos hace pensar. El cuerpo de bomberos lo miraba desde una calle adyacente. Los Dimonis d'Albopàs se cubrieron con sus máscaras maléficas, llenas de color. Actuaron en la plaza los grupos Estol de Tramuntana, de Sóller, y Sa Revetlla de Sant Antoni, de Palma. En la parte alta de la calle Verdi se pudo escuchar a ximbombers y cantadors. Lo hicieron con discreción, lejos del estruendo provocado por los trabucaires. De repente, una chica improvisó una glosa. Al lado estaba a Toni Ballador, conocido por mucha gente por presentar el programa Uep, com anam?, de IB3 Televisió. La transmisión popular parecía asegurada. Una niña de unos 5 años lo ratificó, se atrevió a cantar, a lomos de un adulto. Su voz aguda se escuchó porque se hizo el silencio entre los presentes. Fueron segundos, quizás un minuto, pero suficiente para darse que cuenta de que la tradición sigue viva.

A pocos metros, en la Plaça del Diamant que universalizó la escritora Mercè Rodoreda, un gran hoguera se colocó en el centro. La llama alcanzó varios metros. A los lados, una comitiva variopinta preparó sobrasada, botifarrons, llangonisses y camaiot. Dos muchachos argentinos aprovecharon las brasas: llevaron bife de chorizo de su país, pero eso ya es otra historia.