Imagen promocional de Rozalén. que este viernes actúa en Palma.

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María Rozalén estudió Psicología, pero a duras penas se imaginó ejerciéndola, sus sueños estaban depositados en la música, en fabricar canciones que desde una habitación apuntasen a las estrellas. Solicitó un préstamo para financiar su debut discográfico, Con derecho a… (2013), y la jugada le salió redonda. El álbum la puso en boca de todos por su explosiva mezcla de estilos, un cajón desastre con retales de flamenco, pop, reggae, chotis y ska que tuvo continuidad en Quién me ha visto (2015), su segundo CD. Cuando el río suena (2017) es su tercer disco, el «más personal», y lo presenta este viernes 16 en el Auditórium de Palma, a las 21.00.

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Veintisiete, cifra maldita en el gremio musical. A esa edad se despedían por la vía rápida Jim Morrison, Janis Joplin, Jimy Hendrix y Amy Winehouse. A María Rozalén, en cambio, los 27 le sentaron de maravilla, su carrera musical daba el salto, aún no hacía la inmortalidad pero sí al selecto círculo de cantautores de lengua española. Cinco años después de su debut, sus canciones siguen desprendiendo la misma fuerza y vitalidad, «soy muy ‘buenrollera', y aunque en este último disco toco temas serios he querido hacerlo con humor e ironía, y dándole un final feliz», reconoce la artista, quien a golpe de canciones sinceras se ha hecho un hueco en la música. Ayudada también por su sensibilidad, desparpajo, inspiración y una voz con gancho. Elementos que forjan un repertorio marcado por su eclecticismo, «desde niña he escuchado mucha música, desde folk manchego, hasta el rock que me pasaba mi hermano, o hip hop y flamenco. Mi voz es el pegamento que aúna todo».

Cuando el río suena ha sido un «disco terapéutico, en el que hablo de temas que duelen, temas tabúes que necesitaba abordar para normalizarlos con orgullo», confiesa. Reunidos en once canciones que son un canto a la libertad, un posicionamiento que «en cada disco trato de afianzar». No obstante, admite que «me afectan las críticas», aunque por suerte, «son minoritarias». Un motivo más para no haber ejercido psicología, «soy demasiado sensible», reconoce.