El músico, compositor y director de orquesta Bernat Quetglas, en Palma. | Teresa Ayuga

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Bernat Quetglas (Marratxí, 1993) ha aprovechado el confinamiento y el encierro de dos meses para reordenar, como puede que tantos otros, su escala de valores. Ha compuesto una pequeña pieza de música y, como director de la Orquestra de Cambra de Mallorca, avanza que la puesta en marcha de la formación será por fin el viernes 26 de junio, con un concierto en la Església de Sant Marçal y, al día siguiente en el Claustre de Sant Domingo de Inca.

¿Ha sido muy difícil organizar o mantener estos conciertos?

—Parece que hay ganas de programar y recuperar la actividad, pero hay mucha preocupación por cómo pueda quedar la situación después de este verano, tanto a nivel sanitario como económico. Organizarlos ha supuesto también tener que informarse mucho sobre las condiciones para poder ensayar, para los escenarios de los conciertos... Es una información muy incipiente y cambiante. Por otra parte, creo que estos conciertos tendrán una buena acogida.

Puede que incluso haya más gente de lo habitual en estos recitales.

—Seguramente. Me preocupa el tema económico y probablemente el sector cultural será el primero en quedar tocado y las bandas todavía tendrán más dificultad para volver a la normalidad.

Como músico y director, ¿tiene ganas de conciertos?

—Todos lo que actuamos en vivo tenemos un mono muy grande de poder hacer música con otra gente después de dos meses paralizados. Si de algo ha servido el confinamiento es el de reorganizar todo el sistema de valores de uno mismo y de la sociedad en general. Lo bueno ha sido tener ese espacio de reflexión, de darte cuenta el valor que tiene poder compartir música, una mirada o una conversación.

Tal vez era necesario un parón.

—El sistema en el que hemos vivido y volvemos a vivir anula completamente la individualidad bien entendida, de la creatividad, de la estética por la estética y el compartir con uno mismo. Saber estar completamente parado durante dos meses es también una enseñanza muy necesaria. Si algo nos han estimulado es este abandono del yo propio y lo triste es que lo sustituimos muchas veces por un ego tóxico y acabamos haciendo cosas por el mérito que te darán, por el prestigio, por la autosuperación como ir acumulando…

De ser productivos.

—Evidentemente. El que haya querido aprender algo de esto es precisamente el retomar el dolce far niente, como dicen los italianos, saber no hacer nada.

Sin aburrirse, supongo.

—¿Y por qué no? El problema es que vivimos en una sociedad teológica en la que se nos inculca que aburrirse es malo. Yo mismo, la primera semana de confinamiento me puse a estudiar para proyectos que tenía en mayo, sin darme cuenta de que en mayo tampoco tendría ningún concierto. Fue en la segunda semana cuando me di cuenta de que no habría conciertos durante un largo tiempo.

¿Y qué hizo?

—Luego piensas ‘y todo esto que estoy haciendo ¿qué finalidad tiene?' Ése es el problema, que estamos educados en la teología, en el utilitarismo, dentro del ‘o eres útil o no eres nada'. Aquí fue cuando me puse a escribir, a componer, y a estudiar para mí mismo, de encontrar el placer de hacer las cosas por el placer que te aporta.

¿Qué ha compuesto?

—Cinco minutos de música. Es un regalo a mí mismo que me he permitido estos días. Puede que el lenguaje no sea el más actual, pero sí me ha permitido expresarme a gusto y reencontrarme con el acto de componer.

¿Llevaba mucho sin escribir?

—Llevaba un año y medio en el que estaba tan absorbido en esta mentalidad de que todo lo que haces tiene que tener una utilidad que no componía, sin darme cuenta de que tenía que hacerlo simplemente por el placer que me produce. Me puse a hacer cosas inútiles, como estudiar partituras que sé que no dirigiré tal vez hasta dentro de 15 años. Creo que es muy importante el saber encontrar el valor de la inutilidad y del aburrimiento. Mucho se habla de que en este confinamiento la gente se ha dado cuenta de lo importante que es la cultura, pero la realidad es que hoy volvemos a lo mismo: la cultura no será cultura para la cultura, sino cultura para llenar pequeños egos.

¿Se le han truncado algunos proyectos por la crisis sanitaria?

—En Semana Santa debutábamos con la Orquestra de Cambra en el Teatre Principal de Palma y, a título personal, también como como asistente de Antonio Méndez en la ópera Lucia di Lammermoor. Sin embargo, lo más duro ha sido perder la oportunidad de ser asistente de orquesta de la BBC. Había quedado entre los 12, de 150, para realizar la competición en Manchester. Y no se aplaza, tendré que empezar de cero.

¿Habrá una reconversión del sector cultural?

—Lo lógico sería que las instituciones hicieran una apuesta para el producto local. Hay mucha gente con una formación contrastada, por lo que es difícil justificar que no se cuente con nosotros para algunos proyectos. Ahora es el mejor momento para hacer esta apuesta casi obligada, de subsistencia económica. El sector de la clásica, sobre todo los intérpretes, es un sector que no estaba nada agremiado, pero eso está empezando a cambiar. Si alguna excusa han tenido los políticos hasta ahora es que no tenían un interlocutor común, sino pequeños interlocutores que acudían a ellos con unas peticiones particulares. Es una preocupación que ya existía con anterioridad.