El autor Sebastià Perelló. | Pere Bota

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El escritor Sebastià Perelló (Costitx, 1963) concibe la novela La mar rodona (Club Editor) como un tríptico, con tres historias con el mismo peso que dialogan sobre cuestiones como las mentiras en las que acabamos viviendo. Ambientada en Mallorca, empieza con un relato en una barbería, en 1936. Sigue en plena Transición española, en los años 70, y acaba en la época actual, donde el turismo ha convertido a los mallorquines en una especie de «anfitriones invisibles», en palabras del autor.

¿Qué significa en este libro La mar rodona?

—Mi idea era plantear una historia que revisara desde la Guerra Civil hasta la actualidad. Había algo que no cuadraba. Hay un gran problema de transmisión. Parece que esté prohibido saber, incluso especular o investigar. Y así es imposible olvidar. Me interesaba hacer lo mismo en la Transición. Nos han dado gato por liebre. Se repetía en la actualidad, desde la perspectiva insular y turística. Nos hemos convertido en unos anfitriones fantasmas, para unos invitados que llegan, que no nos miran y nosotros tampoco les miramos. Mallorca se ha transformado en un espacio de ficción.

Veus al ras tuvo un gran éxito, a nivel de crítica y prestigio. ¿Por qué su siguiente novela, La mar rodona, es un libro tan distinto?

—Precisamente para huir de lo que me parecía más probable. Hay que escribir en peligro, en un espacio complicado. Estas tres historias me perseguían desde hace años. Cuando confluyeron en una, es cuando empecé a escribir el libro. Es muy diferente a Veus al ras, pero siempre hay algo profundo o subterráneo que las conecta a las dos.

Tienen en común un cierto ejercicio de estilo. ¿Cómo se ha construido el proyecto literario de La mar rodona?

—Yo uso el lenguaje que me reclama el texto que estoy escribiendo, con todas las posibilidades y herramientas que me ofrece la máquina lingüística. No hay ninguna intención de hacer un ejercicio de estilo.

¿Cómo le gustaría que el lector leyera el libro: como un único texto o como tres historias?

—Es un solo texto, un tríptico. Se conforman de manera cronológica, porque era determinante. Existen unos cortes de transmisión, en la Guerra, la Transición y en el presente. En la primera historia, hay un secreto. Después hay un muerto y tiene un aire coral. La tercera es un dietario individualista.

Los narradores observan, el silencio es importante, los miedos son fundamentales.

—Estos silencios y miedos son los causantes de estas grandes fracturas, que no nos han dejado pensar el pasado próximo, y que nos conforman brutalmente. Ha habido un silencio por el miedo de la Posguerra, que aún dura. Es difícil hablar abiertamente de la guerra. Hay ejemplos recientes que cuestionan si la Transición ha sido de la manera que nos han contado, creo que la han edulcorado. La tercera se fija en un presente contemporáneo individualista. Una isla es un laboratorio de lo que pasa en el mundo. Mallorca lo es. No es turismofobia, pero mi idea es que nos hemos convertido en anfitriones que reciben a invitados. Para poder ser lo que aceptaban los invitados, nos hemos diluido y convertido en transparentes, en fantasmas. Somos ahora ustituibles. Es otra forma de miedo.

Un personaje cambia de oficio, de la barbería (para la cabeza) a la zapatería (para los pies). ¿Es una metáfora?

—Una barbería y un hotel son espacios íntimos, que en realidad no lo son. Un hotel es un espacio público que simula ser privado. Escogí una barbería porque era donde se discutía. La zapatería tenía que ver con uno de los negocios más potentes en nuestras Islas. Sí, hemos pasado de la cabeza a los pies, es como si debiéramos pensar con los pies. Después, ha llegado el hotel, como emblema de una forma de entender el mundo. Se ha hablado mucho de economía, de plazas turísticas, pero poco sobre la hospitalidad y cómo la entendemos. Casi hemos tenido que desaparecer para dar paso a una industria que no nos tiene en cuenta. No salimos en la postal.

Parece difícil ser un escritor mallorquín y no escribir sobre los grandes cambios que ha sufrido la sociedad en los últimos decenios, por la llegada del turismo de masas.

—Estamos determinados por todo lo que ha pasado. Me interesaba fijarme en el presente que va desde la Guerra Civil hasta la actualidad. Los cambios han sido brutales. Estamos aquí como en una pecera, sin saber qué hacer o pensar sobre todo esto. Con la pandemia, al pinchar el turismo, aún se nos ha puesto más la cara de pez en una pecera, porque no se puede salir. Hay un vidrio transparente que no nos deja pasar, es nuestro mundo. Vivimos en «una mar rodona», que es una pecera.

Portada de ‘La mar rodona'.