Y es que con este nuevo libro, Oruña rinde homenaje a los llamados «crímenes de habitación cerrada», que proliferaban en las novelas del siglo pasado de la mano de Agatha Christie o Gaston Leroux, el preferido de la autora. «No soy una purista de la novela negra y los que lo son convendrán en que lo que escribo no lo es. Ciertamente mi literatura es híbrida y se nutre de misterio e intriga», señala.
De todas maneras, la autora afirma que «no se puede hacer como hace cien años, con las historias de detectives torturados, alcohólicos, separados o drogadictos. Ahora los personajes tienen más matices, más aristas y los malos no son malísimos. Además, los enigmas, para mí, tienen que resolverse de manera plausible. No vale resolver un crimen con un elemento de fantasía, tienes que buscar algo sólido, creíble y coherente para que el lector no termine el libro defraudado. No le puedes engañar», insiste Oruña, quien además advierte que «el lector es, al final, el que manda».
Juego
«Suena mal, pero lo lúdico es el crimen, es el juego. Pero tiene que ser un juego bien construido, es algo artesanal. Tiene que estar bien cerrado y zanjado», apunta. «Luego ya le añades la musicalidad, el vocabulario, la agilidad de los diálogos, el ritmo o los personajes. De hecho, antes de escribir esta novela ya tenía la historia en la cabeza y el crimen estaba solucionado. Lo más difícil fue conseguir que los personajes fueran creíbles y potentes, que tuvieran motivaciones para odiar a Judith Pombo, que es la mujer poderosa que ha sido asesinada», detalla.
Asimismo, la pérdida y el dolor también son elementos muy importantes en la novela. En las primeras líneas, la narradora menciona a un humanista, que se refiere a Jose Luis Sampedro, que defiende la «obligación de vivir». Pero Oruña confiesa que «cuando estás roto por alguna pérdida o desgracia que te carcome por dentro, puedes no querer seguir y no encuentras una manera, te sientes como un pecio o un barco hundido. En este caso, Valentina, en su fragilidad, se muestra muy fuerte y, al saberse tóxica por su situación, decide alejarse de sus seres queridos para no contaminarlos más». «En la vida real ocurren cosas por mucho que las programes. La pandemia es prueba de ello. Yo creo que nos ha servido para tomar perspectiva. Y un libro es como un cuadro, te alejas para verlo bien y luego te acercas para contemplar los detalles», concluye.
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