La banda liderada por el carismático Bono, en la actualidad.

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Hace 45 años nadie apostaba un chelín por ellos, hoy llenan estadios. Año 1976, U2 no parecían candidatos al estrellato. Procedían de un país pequeño, pobre y atormentado, todavía no reconocido como potencia musical. Para más inri, eran la antítesis de lo cool: se reconocían cristianos practicantes, unos orgullosos patriotas irlandenses cuyo pacifismo condenaba con la boca chica al IRA. Una postura impopular entre los norteamericanos de origen irlandés en aquellos días. Pero el idilio con Estados Unidos era inevitable, y alcanzó su cenit con The Joshua Tree (1987).

Enfundado en un chaleco negro y con la melena recogida, Bono era la carismática voz del momento, y U2 el nuevo culto a profesar. Habían tocado techo. Bastaba con no desviarse de la senda marcada para seguir sumando feligreses. Pero el cuarteto, alérgico al conservadurismo, clamaba reinvención. Bono lo expresó poéticamente con ese piquito de oro suyo: «Tenemos que alejarnos y soñarlo todo de nuevo». Dicho y hecho. Pusieron en circulación Achtung baby (1991). Con un sonido regenerado que se anticipaba a su tiempo,

U2 volvía con más pegada que el Barça de Guardiola.
A su modernidad sonora había que sumarle dardos de certera ironía que encontraban su diana en la televisión basura y la cultura del consumo. Todo a la mayor escala posible. Y es que, desde sus inicios, U2 tuvo claro que el mundo no era suficiente: «Si nos quedamos en los clubes pequeños, desarrollaremos mentes pequeñas y terminaremos haciendo música pequeña».

Fuera hipocresías: querían el mundo y lo querían ya. Durante esos años tiraron de secuenciadores, samplers y otros hallazgos tecnológicos, transformando sus conciertos en un envolvente espectáculo audiovisual. No fue hasta 2009, coincidiendo con la publicación de No line on the horizon, que el cuarteto dublinés enterró los experimentos para volver al sonido épico y audaz de sus inicios. El cambio les sienta bien. A día de hoy, han recuperado el volumen de negocio perdido con el cambio generacional. También su esencia ancestral, la que les convirtió en la banda más grande del planeta.