En Ràbia (Proa), Sebastià Alzamora (Llucmajor, 1972) nos apunta que hasta los lugares que han cambiado drásticamente su apariencia en los últimos decenios, como los grandes núcleos turísticos del Mediterráneo, guardan su propia memoria histórica. Lo hace con un relato protagonizado por un hombre y su perro, inspirado en un episodio sufrido por el propio autor hace un par de años. Se presentará en Palma (Quars Llibres) el 3 de febrero y, dos días más tarde, en Manacor (Món de llibres). El autor también comentará la novela en Inca, Ciutadella y Llucmajor.
¿Qué importancia tiene el escenario de cartón piedra, donde suceden los hechos y que recuerda a s'Arenal, en la manifestación de rabia descrita en el libro?
—Tiene mucha importancia. Decidí situar la historia en un lugar que fuera un núcleo turístico. S'Arenal es el lugar más próximo que tenía, pero es intercambiable por muchos otros espacios de características parecidas en la costa mediterránea. Son lugares masificados, con todos estos apartamentos, bloques de pisos, bares y hoteles, pero también son sitios donde la gente vive y que guardan la memoria de otras épocas. Urbanísticamente, están llenos de contrastes, en ellos conviven realidades diferentes.
El lector se encontrará con más de un tipo de rabia.
—Rabia es una palabra polisémica. Aparecen distintas rabias en el relato. Existe la rabia que es una reacción a un hecho determinado y que está relacionada con la impotencia que se siente. Hay otro tipo de rabia que se acerca a la ira. El título juega con la palabra y el protagonismo del perro, aunque la rabia que se explica no es la del animal, sino la del hombre.
El ritmo del lenguaje que usa en Ràbia difiere del de Reis del món, su anterior novela.
—Esta es una novela paseada y observada, con el ritmo de quien pasea con su perro. En Reis del món había muchas fechas y datos. Estaba obligado a otra cadencia. Ahora se trata de hechos más cercanos, no es necesario explicar tanto el contexto ni a un ritmo tan marcado.
A usted le envenenaron a su perro hace unos años. ¿Es este libro una suerte de duelo o una forma de contar algo difícil de explicar?
—No es un libro de duelo. Lo que sucedió me provocó un gran dolor, pero también perplejidad. Es un hecho absurdo, sin explicación. De ahí surgió la idea de empezar a escribir la novela. Una persona convive con un perro al que matan sin explicación aparente. Eso lleva al protagonista a observar la agresión sufrida y, a su vez, a otras muchas agresiones de la vida cotidiana. Existe una crispación en la sociedad que no es gratuita y que enlaza con otras violencias de carácter político, institucional, mediático.
Sitúa la acción en Bellavista, de nombre inventado, pero recurre sin pudor al escritor Guillem Frontera, el empresario Cursach, el arquitecto Ferragut, el barrio de Son Banya…
—Son guiños al lector que sea capaz de reconocerlos. Es una ficción repleta de referencias reales, una novela construida con materiales que tenía al alcance. Esta vez, no he tenido que investigar para escribir, como sí hice en otros libros, pero quiero aclarar que no es una novela sobre s'Arenal, ni sobre Mallorca o el impacto del turismo. Aunque todo eso aparece en la trama.
Escribe que el aeropuerto se ha convertido en la verdadera capital de la Isla.
—Sí, el aeropuerto más todas sus vías de acceso, las carreteras y los centros comerciales, rodeados de un paisaje que antes era rural. Se genera un nuevo paisaje que es impresionante. Se pasa, sin transiciones, de una construcción enorme, como es un aeropuerto, a unos campos donde hay ovejas. Es algo que se repite en todos los grandes destinos turísticos con grandes aeropuertos.
A los perros, les hablamos como si fueran personas. Los humanizamos.
—Me interesa la convivencia de los humanos con los animales. Es inevitable que intentemos llevarlos a nuestro terreno, aunque pienso que es un error porque se trata de realidades diferentes. El animal supone la gran alteridad, pero convive con nosotros. Su percepción sensorial es distinta a la nuestra, pero esperamos que el animal se adapte a nosotros y adquiera nuestras características. Hay gente que se queja de los ladridos de un perro, pero es lo que saben hacer, o neo rurales que no aceptan que un gallo les despierte por las mañanas. Por otra parte, es indudable que nos aportan muchas cosas. El protagonista, cuando su perro muere, experimenta una pérdida muy grande porque el animal, objetivamente, le aportaba cosas importantes a su vida.
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