Antoni Palerm posa con su nuevo libro, ‘La casa inclinada’. | Emilio Queirolo

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«Hay muchas historias sobre la vida oficial del franquismo, pero menos sobre la vida común, la vida cotidiana. Creo que el franquismo también tiene que ser conocido por los detalles, por ese imponente poder que tenía la Iglesia de educar a los niños en un proceso que al mismo tiempo era de destrucción de la infancia», cuenta Antonio Palerm (Son Servera, 1954) sobre su nueva novela, La casa inclinada(Llibres Ramon Llull). Hoy, por Sant Jordi, firmará ejemplares a las 12.30 horas delante de la estatua del Rei en Jaume de Plaça d’Espanya.

El libro, cuenta Palerm, es en parte una «recreación del Madrid de los años 50 y de la Mallorca de los 60, donde el protagonista tiene un proceso de iniciación a la vida en un ámbito dominado por unas características culturales, políticas y religiosas muy concretas». La novela tiene dos partes: la primera se centra en la infancia del protagonista, marcada por la grave enfermedad mental que sufre su hermano y la segunda transcurre en los años 80 y se inicia en París, donde viaja por amor. Es allí donde casualmente asiste a lo que serán las últimas clases de Focault. «Trataban sobre la parresía, concepto griego que designa una forma de acceso a la verdad. Algo que tiene relación con el libro, pues pretende ser también una forma de acceso a la verdad», aclara el autor, ganador del premio de novela breve JuanMarch Cencillo en 2004. En cuanto al trasfondo histórico, reconoce que «no interesa ahondar en lo que no es agradable», pero afirma que «todo es susceptible de ser puesto en palabras y que esta es la misión del escritor». «En España, al mismo tiempo que surge una ley de memoria histórica, hay una realidad que es de desmemoria histórica, que hoy se concreta en los planes de estudio», opina.

Caída

Según Palerm, todos, en algún momento y por diversos motivos, sentimos que nuestra vida se tambalea, que «la gravedad tiende más hacia la caída que hacia la estabilidad». En el caso del protagonista, esto le sucede a raíz de la enfermedad de su hermano, del franquismo y de la escuela jesuítica. Y eso es precisamente lo que quería reflejar con el título y la imagen de la portada, una fotografía de la casa inclinada que se encuentra en Bomarzo, a unos 80 kilómetros al norte deRoma. La creación de atmósferas es un tema que preocupa a Palerm. «Son importantes porque fundamentalmente vivimos en sensaciones. Los hechos no se pueden narrar sin adherir lo que imaginamos. Si penetramos en una habitación oscura y no vemos nada, se está creando una atmósfera. La imaginación se dispara y suponemos muchas, que luego serán ciertas o no, pero las hemos incorporado a nuestra vivencia», matiza. En este sentido, el escritor admite que «es imposible que no haya algo autobiográfico en el libro, aunque es una novela. La imaginación y la realidad se encuentran para crear una nueva realidad que pretende ser más cierta».

El estilo es también muy importante para el autor, que lo califica de «no literaturizante». «Cuando hay un conflicto, la mente funciona a más velocidad de lo normal. En pausa o en tranquilidad, en cambio, funcionamos de otra manera. Este libro está escrito con la velocidad con la que la mente asume los conflictos», apunta. Al echar la vista atrás, Palerm declara que no siente ni pena ni nostalgia, aunque «siempre tengo presente la memoria». «Hay cierta ambición porque la novela intenta cubrir todos los aspectos de la vida del protagonista, reflejar la vida, con sus momentos dramáticos y su humor», concluye.