Con ritmo pausado, sinónimo de reflexivo en este caso, Atxaga discurrió ayer por la tarde con los medios sobre su carrera literaria y su universo de ficción, con el que pretende, principalmente, «huir de los detalles» a los que le obliga fijarse una narración realista. Por ello, «pongo como narradores animales, como un búho o una serpiente», que le permiten como material para construir un puente que transcurra entre nuestra realidad y su ficción.
Real
«Todo lo que sale en el libro es real, pero me resultó imposible de hacerlo de una manera realista», motivo por el cual el toque onírico, lisérgico y hasta espectral nutren las páginas de Desde el otro lado. Preguntado sobre si el lector debe hacer el recorrido inverso al que él realiza como autor a la hora de crear este puente para huir de la realidad, para Atxaga es «inevitable», y añade que «nada tiene la fuerza de la imaginación del lector. Lo que no se dice en un libro, el lector lo imagina y puede que si hubieras puesto todos los detalles no hubieras conseguido el mismo efecto», indica.
Por ello, Atxaga es un gran defensor de la ficción y de su poder creativo. «Estas gafas, por ejemplo», apunta apasionadamente señalando las que él mismo ha depositado sobre la mesa, «si a estas gafas le otorgamos la capacidad de hablar, cosa del todo imposible en la realidad, pero perfectamente capaz en la ficción, les puedes otorgar el lenguaje que quieras, y a partir de ahí que digan lo que sea».
En Desde el otro lado, Atxaga regresa a sus referencias personales, ese mundo «desde mi cabeza hacia dentro» en el que vive cuando escribe y en el que «el tiempo pasa muy diferentemente a como lo hace en el mundo real» para crear cuatro historias que hablan, por un lado, del tránsito de la adolescencia al mundo adulto o, más concretamente, al conocimiento del mal por parte del adolescente, y, por otra parte, de uno de esos temas que no por haber sido muy tratados son menos misteriosos: la muerte. «La muerte es como ese baile en el que un bailarín danza alrededor de un vaso de agua y lo toca, lo roza o hasta lo monta, pero la gracia es no tirarlo. En este caso creo que he rozado mucho ese vaso», confiesa.
En el fondo, Atxaga no deja de practicar un juego, el mismo con el que descubrió hace mucho tiempo que era «perfectamente posible hablar de dos mundos que están geográficamente muy cerca, pero pertenecen a universos distintos» y cuyas fronteras son las cubiertas de un libro y cuya única forma de acceder es a través de la imaginación.
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