Manolo García en Can Pastilla antes de realizar la entrevista. | Teresa Ayuga

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El incombustible Manolo García recala en Trui Son Fusteret este jueves, a las 22.00 horas, no solo con sus grandes éxitos bajo el brazo, aquellos que inmortalizaron a El Último de la Fila, sino con no uno sino dos nuevos álbumes: Desatinos desplumados, más acústico, y Mi vida en Marte, de inspiración mucho más rockera porque, como él mismo dice, «la cabra tira al monte». Sobre crear dos discos casi de la nada, García confiesa no saber hacerlo de otro modo: «Mi método es el que aprendí y aunque no soy una persona anclada en el pasado, sí creo que los discos son como un viaje emocional en el que te embarcas cuando lo escuchas», razón de peso para que este viejo rockero, bebedor del licor de Dylan, ese ‘trovador' que decía que todo ‘está en el viento', desconfíe algo del «consumo rápido» de la música actual.

Para él, de hecho, es más que solo consumo: «Es un engaño tener millones de canciones. Nadie podría escuchar tanto ni con tres vidas. A mí me interesa la música que es emoción, posibilidad de viaje, hermanamiento, admiración y respeto». Por ello, «vuelvo a escuchar a los de siempre, como Pink Floyd, o a releer a Faulkner o McCarthy. Son imperecederos, resisten perfectamente el paso del tiempo. Esta modalidad de tener a la gente atontada porque lo importante es vender móviles donde meter miles de canciones no me gusta».

Poesía

Frente a ello, pues, su poesía musical, su composición sencilla, que no simple, y su letra profunda, hasta lacerante. « Yo toco sencillo, no corro peligros ni riesgos», reconoce García que detalla su vertiente más rockera en Mi vida en Marte, de título con ecos de David Bowie, mientras que explica que en Desatinos desplumados se decantó por «la guitarra española». El segundo disco, el más reciente, fue de hecho «algo que me planteé hacer en un mes y sin cargarlo demasiado y en 20 días tenía compuestos los temas y las pistas grabadas». ¿Cómo lo hace? «Porque así disfrutamos la vida y si en el proceso hacemos disfrutar a alguien más, pues te embalas», comenta García.

A pesar de todo, no hay un plan prefijado: «Yo me rijo por normas que ni planteo ni escribo, lo que me sale y me gusta me lo quedo, y lo que no, lo borro», pero con una meta siempre en mente, la de llegar «a ese estado de emoción mágico, único, que te hace libre y valida la música». Y continúa: «Hay canciones y no canciones, sonoridades que te dejan indiferente, pero las otras te llegan al pecho, te despiertan de un letargo y te hacen reír, llorar, salir a la calle, etcétera». En cualquier caso, lo importante no es la cantidad, sino «la calidad» porque «no puedes ponerle una velita al altar del dinero y otra al altar de la calidad musical al mismo tiempo», indica García quien, a su vez, avanza que tiene «todos los caminos todavía por explorar porque en la música no hay aburrimiento posible, solo posibilidades infintas».