El viernes recibió el Premi Nacional de Cultura por su carrera como traductora. ¿Cómo lo ha vivido?
—Todavía estoy de resaca emocional. No me lo esperaba para nada, aunque hace un mes que me lo comunicaron. Es algo exagerado.
Al recibir el galardón dijo que tenía la impresión de que «estamos empezando a vivir una edad de oro de la traducción». ¿Por qué lo ve así?
—Creo que cada vez más gente nos conoce y piensa sobre qué es eso de la traducción. Además, mi impresión es que en catalán se traduce muy bien. Hemos mejorado mucho desde que empecé en los años 80, cuando no teníamos muy buen nivel de catalán porque habíamos estudiado en castellano. Sin embargo, no sé qué futuro nos espera, con la inteligencia artificial y la lengua catalana en peligro. Pero tenemos que tener esperanza.
Al mismo tiempo señalaba que es un oficio que suele vivir a la sombra...
—Cuando digo que me sorprende que me den premios es porque pienso cómo puede ser, porque sufro mucho por encontrar la palabra adecuada, la manera de expresar las cosas... Al final vives mucho tu texto y está en tu cabeza. No estamos acostumbrados a salir a la calle. Eso ha cambiado gracias a los clubs de lectura, que cada vez más nos invitan a participar en sus sesiones para explicar cómo trabajamos, en cómo encaramos el proceso... La gente no piensa en nosotros cuando lee una traducción, creen que es algo muy directo, pero no es así para nada. Tienes que investigar bastante, repasar y revisar mucho.
Decía también que llega un momento en el que le cuesta distinguir si son sus propias palabras o las del autor.
—Es que te tienes que meter en cada palabra y llega un punto en el que no sabes si lo ha dicho el autor o tú, pero tienes que conseguir que se entienda lo que quiere decir en realidad. Siempre eres fiel, pero también acabas interviniendo mucho porque las palabras las pones tú. Luego te preguntas si al autor le gustaría el término que has escogido...
Cuándo leemos también traducimos.
—Así es. Para mí, el proceso de la lectura y de la traducción es muy parecido. Solo que cuando traduces vuelves a escribir y, por ello, tienes que ir más al fondo. Cuando lees, se te puede escapar algo, pero cuando traduces no puedes dejar nada en el aire.
A excepción del célebre ensayo Una habitación propia, de Virgina Woolf se suele hablar como novelista.
—Me sorprende mucho su capacidad lectora. Antes que nada, era una gran lectora. Leía y escribía mucho sobre lo que leía. Sus ensayos son preciosos, más accesibles que sus novelas, que son más difíciles porque ella tenía una inteligencia muy superior a la mayoría. Tienes que leerla con mucha atención para sacar todo el jugo a lo que dice, que es muy interesante. Se suele tener una imagen muy elitista de ella, pero luego lees sus ensayos y te das cuenta de que no es así, pues se preocupa mucho del lector común, de cómo leemos todos los mortales. En ese sentido, sus ensayos también son muy interesantes para cambiar la imagen que tenemos de ella de señora que está encima de un pedestal y a la que no le preocupa nada. Es cierto que procedía de una buena familia, muy culta, pero se interesaba mucho para que todo el mundo participara en la cultura del país.
En el prólogo, Iris Llop señala que la mayoría de estos textos eran inéditos en catalán.
—Había una traducción, Dones i literatura, que publicó Columna en 1999 y que recogía cuatro o cinco ensayos de ella. Pero es que debe tener unos ciento cincuenta repartidos en seis volúmenes. Había mucho por escoger. De hecho, acaba de salir ahora también con Edicions de la Ela Geminada Escriptores. Assaigs i retrats, donde se recopilan diez ensayos, algunos de los cuales coinciden con los que hemos recogido para Quid Pro Quo. Está bien porque se complementan, dan bastante juego. Nosotras nos hemos centrado en la literatura en general, mientras que el otro está dedicado a unos autores concretos.
¿Por qué cree que no había traducciones al catalán de sus ensayos?
—La verdad es que no lo entiendo. Hay quien dice que ahora, coincidiendo con el 140 aniversario de su nacimiento, salen muchas cosas sobre Virginia, ¡pero lo que me extraña es que no hayan salido antes! Es impresionante leer sus ensayos, escritos hace cien años, y comprobar que siguen tan vigentes en la actualidad.
Entre otras cuestiones, Woolf se queja de que no hay un sistema crítico sólido que vaya más allá de artículos breves o reseñas superficiales o que las obras se valoren con estrellitas.
—Es sorprendente que hace cien años ya estuviéramos así. Tenemos pocos espacios para hacer crítica seria en catalán. Los periódicos suelen tener espacios muy pequeños y normalmente no se sabe si es una crítica para opinar sobre una obra en concreto o para reflexionar sobre qué papel tiene dentro de la literatura en catalán. Últimamente me interesa mucho Pere Antoni Pons [crítico y articulista de Ultima Hora], porque ayuda al lector a centrarse en algún aspecto o, como decía, reflexiona sobre qué papel juega en la literatura del momento.
«Les paraules no viuen als diccionaris, viuen a l'esperit» dice Woolf en el texto que abre el volumen.
—Sí, pertenece a Artesania. La verdad es que titular así el libro fue cosa del editor, de Antoni Xumet, que es muy fino.
Para Woolf, leer es un acto de responsabilidad y de libertad.
—En el artículo Com s'ha de llegir un llibre? cuenta que, cuando lees, está bien alzar la cabeza y ver qué tienes delante. La idea de leer como forma de adentrarte en un mundo, pero no irte hasta el siglo que sea, sino hacerlo desde el momento presente. Me parece muy bonito el planteamiento del lector implicado en el mundo donde vive.
De Woolf ya tradujo La senyora Dalloway, con el que ganó el Crítica Serra d'Or.
—Fue muy difícil y la verdad es que traducirlo me cambió la vida, es una de las traducciones más importantes de mi carrera. Con ella no tienes por qué entenderlo todo de entrada, sino que tienes que dejar que te vaya invadiendo poco a poco y llega un momento en el que ves la luz. Alimenta mucho, pide mucho esfuerzo, pero al final hay un retorno, algo que no sucede con todos los escritores.
2 comentarios
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A la UIB me varen fer odiar a la pobre virgínia wolf que segur que no en té cap culpa
Dolors Udina se merece todos los premios y reconocimientos que le den por sus trabajos. Además de una gran traductora es una persona que se interesa por conocer de primera mano a los autores, su mundo lo que les rodea y lo que sienten. Es una gran difusora de la cultura y la lengua catalana, pero sobre todo, de la obra de muchos autores norteamericanos que difícilmente hubiéramos podido leer, como es el caso de Robert Creeley. Mi más profunda admiración para ella.