El actor Pep Tosar posó en Barcelona para esta entrevista. | David Marquès
La serie El cuerpo en llamas, que revive en Netflix el crimen de la guardia urbana de Barcelona, ha vuelto a avivar la popularidad del actor mallorquín Pep Tosar (Artà, 1961). En un mes estrena su nueva faceta de cineasta, mientras sigue potenciándose como director y productor teatral. La vertiente creativa que ahora más le llena y permite redescubrir para el gran público a los grandes poetas de la literatura universal y en catalán. Sus últimos espectáculos dedicados a Lorca y Pessoa llenan teatros y levantan del asiento a espectadores de toda España.
¿Ayuda mucho vivir en Barcelona a nivel profesional?
Sí. Resido aquí desde 1979, antes incluso de ingresar en el Institut del Teatre. La profesión solo existe en Madrid y en Barcelona. En capitales de provincia puede haber algún satélite, como fue el caso de la Cuadra o la Zaranda, pero puntual. En Mallorca, cuando empecé, no se movía nada.
Empezó siendo solo actor, pero ha acabado reconvertido sobre todo en director artístico y productor. ¿Cómo ha vivido esta evolución?
Entre 1985 y 1993, en mis inicios, trabajé mucho de actor, hasta que se me despertó la curiosidad de montar un espectáculo en mallorquín. Y la solución que encontré fue hacer un monólogo. Recurrí a Sa història des senyor Sommer de Patrick Süskind, un desafío dirigido por Xicu Masó que funcionó muy bien. Tanto que en estos 30 años habré hecho más de 1.500 funciones. El estreno en el festival de Tàrrega de 1993 fue tan satisfactorio que marcó un antes y un después para mi, porque lo produje yo con un millón de pesetas que me dejó mi hermana. A partir de entonces vi que debía dedicar la mayor parte del tiempo a mis propias producciones. Y eso es lo que hago. Sí que participo puntualmente como actor si un proyecto me atrae lo suficiente, pero cada vez le cojo más confianza a mi faceta como productor y director de escena.
¿De ahí sus últimos espectáculos sobre Lorca y Pessoa?
El formato biográfico me marcó a partir de La casa en obres, el recital sobre la vida y obra del poeta mallorquín Blai Bonet que me encargó el Greg en 1988. Monté un espectáculo con 8 actores y 4 músicos que me colmó de premios, pero no de dinero. Fue cuando Focus se hizo cargo del teatro Romea y, desde entonces, he estrenado todas mis obras aquí. Desde Esquena de Ganivet, dedicado al poeta mallorquín Damià Huguet, a los más recientes de Lorca y Pessoa. Pero ninguna de estas adaptaciones de textos biográficos la he hecho igual. En la de Pessoa, El fingidor, he contratado a dos acróbatas y en Federico García actúa hasta un bailaor flamenco.
Pero sí juega en escena con montajes audiovisuales. ¿Lo hace para adaptarse a la cultura de la imagen o como un recurso necesario?
Nunca lo he utilizado con la finalidad de adaptar o de incluir cine en mis espectáculos. Fue algo que vino con Esquena de ganivet. Damià Huguet era crítico de cine, y bajo su negocio de baldosas hidráulicas escondía un poeta e intelectual de primer orden. Cuando monté el espectáculo ya había fallecido, pero su hijo Biel me dio acceso a todo. Y en su estudio, tan ordenado, encontré sus fotografías de familia. Imágenes de una belleza tan singular que enseguida vi que no hallaría mejor final para la obra. Fue entonces cuando empecé a probar con tejidos de tul y transparencias y me di cuenta de que, con esa fórmula, podía dar forma a muchos espectáculos. La transparencia tiene magia, es muy teatral. Ofrece muchas posibilidades.
Pues ya puede prepararse para llevar su Fingidor de Pessoa a Lisboa.
No me dejan. A los programadores portugueses que han visto el espectáculo les ha gustado mucho, pero me dicen que no permiten que los españoles teoricemos sobre su autor. Y eso es algo que no entiendo. A mi, por ejemplo, me encantaría ver La casa de Bernarda Alba en Tokio…
¿Con qué criterio elige a los poetas?
Todos proceden de mi época de estudiante de Secundaria, de la transformación de la que mi generación fue testigo tras la muerte de Franco y la llegada a los institutos de una nueva hornada de profesores de la península con gran capacidad pedagógica. Docentes con los que compartías más que la hora de clase y que te hacían leer Ulisses con solo 16 años. A todos los poetas a los que he dedicado mis producciones también los he musicado con guitarra.
¿Por eso siempre incluye música en directo en sus espectáculos?
Estudié ambas disciplinas a la vez hasta que tuve que decantarme por el teatro. La música es un lenguaje que utilizo bien. Soy músico amateur, pero un escuchador profesional. Tengo muy buen oído y me siento muy cómodo trabajando con músicos.
¿Le llena más dirigir que interpretar?
Sí. Por el camino me he descubierto como alguien que quiere ir más allá de la interpretación. Me he dado cuenta de que llevo un director de escena dentro. Cada vez disfruto más del proceso de creación de la obra.
¿El teatro sigue siendo el hermano pobre de la interpretación?
Como actor, sin duda. Si no eres un cabeza de cartel, es el trabajo más precario…casi tanto como el de músico. Hoy día, yendo muy bien, puedes llevarte 100 euros por función. Es lo mismo que me daban en 1987 por actuar en el Teatre Lliure: 17.000 pesetas, unos 95 euros. O eres una Emma Vilarasau o una Nuria Espert o eso es lo que cobras. Pero todo tiene lo suyo, no crea. Como productor a mi me está resultando imposible llegar a teatros públicos. Y eso que el 100% de mis espectáculos los veo más para recintos públicos que privados. Por eso debo agradecer tanto al Romea que, sin serlo, haga de teatro público en Barcelona.
¿Una obra Lorca no es para un teatro público?
Es lo que aún me pregunto. Se lo he propuesto al Nacional, al Lliure… y no me responden, o me dicen que no encaja en sus criterios. La verdad es que cuesta entender que un montaje basado en Lorca o Pessoa no encaje en el Lliure.
¿Y tampoco le ayuda salir en una serie de éxito como, ahora, El cuerpo en llamas de Netflix?
Pues aún no sé decirle. Estoy en proceso de comprobarlo (sonríe). Esta popularidad ya la experimenté allá por 1994 con series de sobremesa de gran éxito en TV3 como Poblenou o Nissaga de poder. Pero eso de que la gente te salude a gritos en el metro por el nombre del actor que interpretas te acaba pareciendo trasnochado. Ahora la gente te mira y a veces duda si eres o no el actor que sale en la serie. Es diferente.
¿Conocía el crimen de la Guardia Urbana cuando le ofrecieron el papel?
Sí, ya había visto el documental. Con mi pareja acostumbramos a escuchar Crims en el coche cuando salimos de viaje. Pero este lo vimos en la tele y nos atrapó. Es muy adictivo.
Da vida al padre de Rosa Peral. ¿Hasta qué punto se ha basado en el personaje real?
Bien poco. Cuando haces una serie basada en personajes reales, o los vas a conocer y te documentas o, como hice, optas por no entrar en el terreno morboso de la situación y comprender la pesadilla, el drama que ha vivido. Luego he visto que mi papel, a nivel conductual, queda muy lejos de cómo es el padre y me siento contento por ello, porque le he dado mi toque personal. En cambio, cuando interpreté a Blai Bonet miré las 4 horas de una entrevista que le hicieron que no tienen desperdicio.
¿Ha llegado a preguntarse realmente qué pasó?
Cuesta creer que puedas matar a un novio de solo 4 meses y que te expongas a una condena de 25 años si en verdad no has tenido nada que ver. Y si Albert la amenazaba o lo mató él antes, ¿por qué no lo dice? Sería un atenuante. Todos los indicios apuntan a Rosa, pero es cierto que han quedado muchas preguntas por responder.
En la serie coinciden cuatro mallorquines.
Así es. Júlia Truyol interpreta a la amiga de Rosa Peral, Guimar Caiado (hija de la actriz Marian Vilalta) a la hija de la policía y el director de fotografía, Miquel Prohens, también es mallorquín. De Campos, un excelente profesional. Otras veces he coincidido con mallorquines, incluso en rodajes internacionales, pero no es normal que seamos tantos en una serie con este reparto y sobre un tema que ha despertado tanta expectación mediática.
¿Tiene alguna otra serie en cartera?
También en Netflix se está emitiendo otra en la que participé, Silencio. Y entre octubre y diciembre participaré en el rodaje de la ecoserie Delta, ambientada en el Delta del Ebro, que tiene muy buena pinta.
¿Qué ha supuesto el boom de las plataformas?
Han transformado el panorama audiovisual, y eso ha tenido efectos contrapuestos. Han provocado la casi abolición del cine, con lo que se pierde la experiencia catártica de ver las pelis en gran pantalla. Pero así se ve más cine y se ha ampliado la actividad de los actores, que ahora trabajamos más que nunca. La consecuencia es que los salarios se han precarizado, hasta el punto que cobro hasta tres veces menos de lo que percibía 20 años atrás. Antes con una serie casi que te comprabas un piso. En cambio, ahora solo te da para una bici. Buena, pero bici. O eres cabeza de cartel o, como personaje secundario, sufres la precariedad. No hay un término medio.
¿Cuándo dará el salto a la dirección en el cine?
Hasta ahora solo he sido actor, pero dentro de un mes estrenaré mi primer corto. Se llama El pare somiat y es una adaptación que escribí durante la pandemia de mi obra Molts records per a Ivanov. De momento la proyectaremos en el Rívoli de Palma, el Phenomena de Barcelona y en Madrid. El corto lo distribuirá Alhena Production.
¿Qué opina del debate que se ha abierto a raíz de las críticas a Àngel Llácer por no hacer teatro en catalán para poder llegar a más público?
Mi quehacer profesional está muy alejado del de Àngel Llácer, pero el debate sobre el teatro en catalán o en castellano es antiguo. Compañías como Dagoll Dagom hacían sus obras en catalán y luego las adaptaban al castellano para poder representarlas fuera. Y, en mi caso, la primera obra en castellano ha sido la de Federico García Lorca. He recurrido al castellano porque hacer un Lorca en catalán me parecía un disparate. Hacerlo en castellano nos permitirá estar este mes, por ejemplo, en Málaga, aunque no me importaría llevar también a la península obras como La casa en obres de Blai Bonet. Tiene el mismo pulso poético que Gabriel Celaya o un Vicente Alexandre. Ahora bien, yo no me siento responsable del catalán, ni siento que tenga ninguna obligación de protegerlo. En las ciudades en las que más he hecho teatro en catalán no he obtenido recompensa. En Barcelona solo he recibido patadas y puertas cerradas.
Ahora que está en discusión a quién investir presidente, como balear residente desde hace décadas en Barcelona, ¿cree que se debería aceptar el referéndum por la independencia de Cataluña que piden Junts y Esquerra?
No he votado nunca a Junts ni a este tipo de partidos. De hecho, siempre he votado en Mallorca aunque, si lo hiciera en Barcelona, probablemente daría mi apoyo a la CUP. Pero no estoy solo a favor de la amnistía. Que en 2023 un país que se dice España, en plena democracia, deba pasar por la vergüenza de tener que amnistiar a políticos por haber cometido el pecado de organizar un referéndum, que es la máxima expresión de la democracia, les debería condenar a ellos por hacernos pasar por esta vergüenza. Las imágenes del 1 de octubre de hace seis años avergonzarán a España de por vida. Y eso que, pese a considerarme de izquierdas, estoy totalmente decepcionado con lo que han hecho las presuntas izquierdas de Balears y Cataluña, desde el PSIB al Ayuntamiento de Barcelona. Otra cosa son los derechos de los pueblos. ¿Cómo se puede negar este derecho? Hacerlo es puro fascismo.
¿Se siente independentista?
Lo soy a pesar mío. Me definiría como un confederalista periférico ibérico utópico. De hecho, si pudiera, aislaría Castilla durante 3 o 4 siglos para que entendiesen lo que han provocado y la forma en la que deben convivir en el mundo. Llegaron a las Américas e impusieron su idioma y ahora pretenden hacer lo mismo. El pueblo catalán tiene todo el derecho a decidir. Pero si tuviera que votar en un referéndum tendría un dilema. Estoy a favor de la independencia de Cataluña y, una vez independizado, me independizaría de Cataluña. No me siento a gusto aquí. Si volviera a nacer me gustaría ser portugués.
¿Teme que el cambio de gobierno empeore la gestión cultural en las Islas?
Lo que harán PP y Vox seguramente no me gustará, pero deberán esforzarse mucho para hacerlo peor que los socialistas. Armengol se cargó la Conselleria de Cultura, y el PSOE hizo lo mismo en el Gobierno poniendo a Miquel Iceta de ministro de Cultura. Será difícil superarlo.
1 comentario
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Però això no ho determina el director/a ??? ...