El periodista Borja Hermoso presentará el libro en Palma el día 25.

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Borja Hermoso entiende las entrevistas como «una conversación», pero no una cualquiera. En el arte de entrevistar entran en juego varios elementos que van tanto desde el respeto por el entrevistado hasta la discrepancia, desde la búsqueda ordenada a través de las preguntas hasta el deambular en el caos de la verborrea incontenida, pero siempre en búsqueda de algo: «Un botín». Hermoso sabe de lo que habla porque ha toreado en plazas duras en su afán entrevistador, algunas cuyos nombres resumen parte de la historia del siglo XX como ClaraJanés o George Steiner. Todas ellas publicadas en ElPaís o El Mundo y, ahora, compendiadas en La conversación infinita (Siruela), un libro que invita al lector a adentrarse en lo que opinan algunos de los pensadores más excelsos en sus respectivos campos y que presentará en Palma el día 25 de noviembre junto a Nazareth Castellanos.

Nuccio Ordine, fallecido en junio, firma el prólogo, ¿qué supone tenerle como introductor?

—Este libro es casi como si fueran tres. Primero fue una idea un poco peregrina que se me ocurrió tomando un vino y que ofrecí a Siruela, quienes de manera inconcebible dijeron que sí. Luego fue otro cuando le pedí a Nuccio, a quien considero amigo, a ver si le apetecía hacer el prólogo, y de manera absolutamente generosa dijo que sí. Y cuando me enteré de que había fallecido fue el tercer y definitivo libro y, por desgracia, lo cierra.

¿Cómo lleva pasar de entrevistador a entrevistado?

—No lo llevo mal, pero es raro. Es un libro que está hecho de lo que dicen otras personas, mi único mérito es intentar no hacer demasiado el ridículo ante los entrevistados que te imponen y te ponen en un estado de nervios fatal. Me he tirado 35 años haciendo entrevistas, pero voy cagado y en un estado físico y mental lamentable. Por eso, cuando empecé a hacer entrevistas me sentía como un marciano, porque el alma del libro son las respuestas y tener que darlas yo es un juego divertido.

¿Cómo fue la selección de las entrevistas?

—Son todas las que están, pero no todas las que son. Seguro que me habré dejado alguna, pero el único criterio es que fueran gente con ideas poderosas y con una gran capacidad para expresarlas, dos cosas que no siempre van unidas de la mano.En el libro hay gente con visiones de la vida distina, potentes, controvertidas, fuertes, y se mojan en lo que dicen.

¿Cuánto se parecieron las conversaciones que tenía en mente a lo que acabaron siendo?

—Diría que el 95%. La de Habermas es la que más se acerca a un guion porque hubo preguntas por escrito previas y luego resueltas en su casa. Yo siempre hago un guion, pero lo miro en la primera pregunta y el resto prácticamente nunca va por donde has previsto.

Dice que entiende las entrevistas como una conversación, pero ¿hay algo también de cazador en busca de titulares?

—Me gusta esa idea del cazador, como si fueras un furtivo. Las entrevistas no se hacen por amor al arte, sino que necesitas un botín periodístico –la palabra es horrorosa–, y para lograrlo has de dar rodeos, volver, todo sin que se den cuenta, pero claro, siempre sé menos que la gente que entrevisto al menos en el 95% de los casos, pero con la gente de este libro es en el 101%. Sé quién soy, lo que soy y lo que sé, por lo que trato de tapar mis lagunas preparándome las entrevistas de manera concienzuda, y has de acudir con mucha humildad a sus casas, porque a mí me aporta más hacerlo en sus casas.

La lista de personajes del libro es envidiable, ¿hay alguno del que se sienta especialmente orgulloso?

—Sin ningún género de dudas es Steiner. Haberle conocido en su casa de Cambridge es un privilegio que no se me olvida Me costó tres meses llegar a él, había tirado la toalla, y finalmente me contestó por carta invitándome a su hogar y cuando llegué no me atrevía a tocar el timbre. Físicamente me veía incapaz, pero finalmente me atreví, toqué el timbre y fueron dos horas y media fantásticas, no solo por el recibimiento y la hospitalidad, sino por estar allí, en la biblioteca de Steiner con el propio Steiner. Y cuando acabamos me dijo: ahora le voy a hacer la pregunta más importante de la mañana, y claro, yo asustado de que me dijera algo de Parménides o Heráclito, pero la pregunta fue: ¿Quiere que le pida un taxi?

¿Y alguna que haya quedado sin hacer que quisiera realizar?

—Una imposible es Milan Kundera. No es que lo tuviera a tiro, pero hubo un acercamiento gracias a Fernando Arrabal y estuve cerca. Y también hay alguna que sí he hecho y me hubiera gustado incluirla como Woody Allen, que me parece todo un pensador, pero se quedó fuera por motivos editoriales que comprendo.