Aitana ha contribuido a que púberes y adolescentes se hayan querido acercar a esta última jornada, en la que ha vuelto a predominar la nostalgia. | Francisco Ubilla

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Hace poco leí Orquesta (Alfaguara, 2024), de Miqui Otero, y tuve la suerte (bendito privilegio de esta profesión) de entrevistarlo con motivo de la presentación en Palma, concretamente en Drac Màgic. Se trata de una maravillosa novela en la que, durante una verbena de pueblo, el autor consigue captar todas las miserias -y grandezas- humanas. Mientras los mayores bailan pasodobles y recuerdan que un día desearon el contacto carne con carne con ansias juveniles, los pequeños revolotean dando vueltas por la plaza del pueblo y apuran las sobras alcohólicas de los vasos. También surgen las primeras veces, los primeros besos adolescentes. Momentos, en definitiva, a los que, aunque todavía no lo sepan, querrán regresar una y otra vez.

Perdónenme los lectores de Otero si me he desviado del argumento, pero la cuestión es que asistiendo al Mallorca Live, año tras año, me he dado cuenta de que también es esa verbena de la que habla el escritor. En este recinto encontramos a una variada fauna: los que han ahorrado para pagarse la entrada o han llegado con esfuerzo a pactos filiales para poder ver en persona a su ídolo adolescente (claramente hablo de Aitana), a los que buscan ir a cuantos más conciertos mejor sin importar las sudorosas carreras, a los que prefieren escuchar atentamente a sus artistas predilectos que se cuentan con los dedos de una mano, a los meticulosos y a los caprichosos. He visto horarios cuidadosamente impresos en papel o incluso a mano para organizarse mejor y cumplir con los planes; otros más modernos lo han hecho con el móvil -la app del Mallorca Live te lo pone un poco más fácil-. También, no nos vayamos a engañar, a los que viven los conciertos desde, por y a través de sus dispositivos. Las pantallas son los mecheros que antaño se usaban para corear las canciones.

Volviendo a Otero y a su Orquesta, este afirmó: «Todas las noches son la misma desde hace mucho tiempo». Así lo creo. ¿Y si mientras suceden esas presuntas primeras veces o ese afianzamiento de vínculos estamos reproduciendo los de la edición anterior? El Mallorca Live, y puede que otros eventos de este estilo, tienen esa extraña magia de hacer sentirnos que hemos vivido todo eso ya, el eterno déjà vu, pero, a la vez, es como si todo volviera a empezar de nuevo, como si cada convocatoria albergara un sinfín de posibilidades. Y, sin embargo, siempre querremos volver al Mallorca Live, a esa verbena tan nueva como vieja, para reencontrarnos todos otra vez y poder recordar juntos lo que compartimos.