Desde la izquierda: Rodolfo Sancho, Roque Ruíz, Ruth Gabriel, Nick Igea y Tábata Cerezo posan durante su visita a la Isla para presentar ‘Un paseo por el Borne’ en el Atlàntida Film Fest. | Teresa Ayuga

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Rodolfo Sancho es Martín, un hombre profundamente agotado, acabado y sin ganas de nada. No es que no quiera vivir, no llega tan lejos, pero ha perdido el deseo de hacer aquello que hace que vivir merezca la pena si uno es director de cine: películas. Desesperado por lograr algo de dinero acepta un puesto de trabajo como profesor de cine en un curso gratuito. Una decisión que, en su cabeza, parece venir a confirmar aquella manida frase de que el que no sirve, enseña. Lo que pasa es que en una aula no solo hay docente, sino también alumnos, y estos, con el incandescente fuego de la juventud en forma de ganas de comerse el mundo acabarán por prender de nuevo en él una pasión que parecía apagada. A veces, una ligera chispa es capaz de iluminar la noche entera.

Hablamos, claro, de Un paseo por el Borne, la cinta del mallorquín Nick Igea que se rodó hace apenas un año en Mallorca y que ayer se presentó en el Atlàntida Mallorca Film Fest que continúa con su ajetreada agenda de estrellas de cine, concierto, charlas y proyecciones. El filme, que cuenta con la colaboración especial de Natalia Verbeke y con las actrices Ruth Gabriel y Tábata Cerezo, entre otros, llega hoy mismo a las salas de cine de España.

Rodaje

La producción, que rodó en varios puntos de la Isla como las instalaciones del CEF, Palma y espacios naturales de la Serra, por poner algunos ejemplos, fue una gran experiencia para todos ellos. Gabriel, por ejemplo, destaca que ella se lo pasó «bomba» y agradece al director el que les «diera espacio para jugar, madurar y probar para llegar donde tuviéramos que llegar».

Comparte la opinión su compañera, Cerezo, quien califica el rodaje de «muy divertido» y explica que la idea de «rodar que ruedas una peli es una experiencia para la gente que amamos el cine». Ese buen rollo durante toda la filmación, además, «logra traspasar la pantalla».

El que sí notó algo más de presión, al ser el protagonista, fue el propio Sancho, aunque eso no le impidió «disfrutar del personaje», Martín, ya que «en mi experiencia estoy acostumbrado a roles en los que se pasa de un estado neutro o normal a la tragedia, al drama, y en este caso es a la inversa, de la oscuridad a la luz, del fracaso a la esperanza». A su vez, destaca que le parece «muy original que sean los alumnos los que acaban sacando de las sombras al personaje y no al revés, que es como suele ser».

Igea, por su parte, también destaca que la cinta es «coral» y sirve como una «carta de amor al cine», pero siendo consciente de que «somos unos privilegiados» por mucho que sacar un film adelante no sea nada fácil: «Es como lo que decía Kennedy de que somos nosotros los que hemos decidido ir a la Luna, no nos ha obligado nadie».

La película, a su vez, «juega con esa dualidad» de lo difícil y bonito que es a la vez hacer cine, y se esfuerza por dejarlo claro en su metraje. Para el cineasta, no obstante, está claro que «aunque el cine ha tenido muchas crisis, no desaparecerá y se ha de ver en el cine, en la experiencia de ir a una sala, con otros desconocidos. Es único».

Coincide con él Sancho que confiesa que «todos los que nos dedicamos a esto hemos tenido algún momento de nuestra infancia estábamos viendo una peli y pasó algo que nos atrapó. Y ese algo pasa en una sala de cine». Por ello, el actor de series como El ministerio del Tiempo se muestra convencido del poder terapéutico del séptimo arte: «Cualquiera que esté pasando por un momento complejo, haya perdido la ilusión o la esperanza, debe ir a ver esta película y saldrá renovado y diciendo: voy a seguir intentándolo».

Preguntados por la diferencia entre el éxito y el fracaso en el mundo del cine, temática tratada en la propia película, Sancho señala que el fracaso «es no intentarlo, tener miedo y no probarlo siquiera», mientras que el éxito pasa por «estar satisfecho con lo que has hecho».

Gabriel, por su parte, que se muestra «agradecida» a Igea por el «privilegio» de haberle dado un «personaje que no había hecho nunca, tan lleno de luz y que no se parece a nada anterior», sugiere que el éxito como actriz es «conectar con el ser humano» y se autodefine a ella y sus compañeros de profesión como «un vehículo en el que todo el mundo se puede ver reflejado que sirve para hacer el camino que el espectador a lo mejor no sabe, no puede o no está preparado para hacer».

Y, finalmente, el director, el culpable en cierto modo de que todos estén aquí, recoge el guante de su actriz para comentar que «es muy bonito cuando alguien te dice que tu película le ha llegado y con llegar a solo una persona ya ha merecido la pena».