El catedrático Antonio Monegal, este miércoles en Can Tàpera. | Emilio Queirolo

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Su definición holística de la cultura, no solo transversal, sino genuinamente humana, centró su ensayo Como el aire que respiramos: el sentido de la cultura, Premio Nacional de Ensayo de 2023. En él, Antonio Monegal explora qué es y para qué sirve ese vocablo que puede serlo todo y, al mismo tiempo, excluirlo: la cultura. Este jueves, Monegal visitó Can Tàpera como uno de los participantes de un nuevo diálogo de Sa Nostra Conversa, acompañado en esta ocasión por la filósofa Begoña Román. Juntos charlaron sobre La moderna deriva de la enseñanza.

¿Cuál es esa deriva de la enseñanza a la que hace referencia el título de la conferencia?
Mi impresión es que problemas hay en todos los niveles, desde la infancia a la universidad, no hay un espacio que se libere y son varios los retos y las amenazas. A la gente le preocupa mucho los resultados de los tests internacionales, pero a mí me preocupa más la visión cortoplacista del valor de la educación. Y hay que decir que una parte del problema no está en las escuelas, sino probablemente en las familias y sus expectativas. Están muy preocupadas por si lo que estudien sus hijos les va a llevar a tener trabajo o no, pero eso es imposible de predecir porque el mercado laboral.

¿Cuál es el mayor y específico reto de la educación?
El exceso de especialización. Hace falta una visión holística y todo el mundo debería tener capacidades básicas de todo: lectura, matemáticas, lenguaje, etcétera, para que luego pueda aplicarlas a una cosa u otra. Es tan importante aprender filosofía para programar una IA como lo es saber tecnología para quien se dedica a las humanidades.

¿Cómo se traduce esta especialización en el sistema educativo?
En que vamos separando a los estudiantes muy temprano en función de si quieren hacer el bachillerato humanístico, el social u otro. Todo el sistema va conduciendo a los chavales a una especialización prematura. Otro problema es el exceso de reglamentación. Las administraciones piensan que cambiando planes de estudios, leyes, etcétera, se solucionan estos problemas, pero eso solo se consigue de una manera: contratando buenos profesores y pagándoles bien. Que puedan dedicarse en condiciones y con una ratio correcta. Hacer política desde las autonomías, que cada cual se invente una fórmula, no es la manera. Pero el mayor problema es la desesperanza.

¿A qué se refiere con la desesperanza?
A que estamos en una situación muy grave en la que la juventud no ve futuro y no cree en la posibilidad del progreso. Todos los mensajes que les dan son de la opinión de que el planeta va a peor, la vida irá a peor que en generaciones pasadas, y esto es un problema de salud mental pública. Son escandalosas las cifras de estudiantes en situación de riesgo de suicidio, automutilaciones. El sistema no ayuda a los adolescentes a encontrar el sentido de su vida. Y claro, hay una parte de todo esto que está fuera del sistema educativo, como las redes sociales, que tienen tanta o más influencia incluso.

¿Cree que hay motivos reales para esa desesperanza imperante en la juventud?
Buena parte de esto se debe a la falta de modelos utópicos y a la falta de capacidad para imaginar un mundo mejor. Todos vemos películas y series y las distopías están por todas partes, en cambio, la utopía no. Vemos cosas como que los coches irán solos, la gente vivirá mucho gracias a los avances, pero todo esto es la tecnología. Una sociedad más justa, por ejemplo, no está en ninguna de las predicciones de futuro, y si no trabajamos en esta dirección es normal que haya esta sensación de desesperanza que genera impotencia. Si crees que no hay nada que hacer, no haces nada. Hay también un problema enorme con el negacionismo del cambio climático y la desinformación, pero esto se arregla de una manera muy sencilla: educando.

¿Cree que la enseñanza juega un papel tan fundamental?
La enseñanza no es la panacea milagrosa a todos los problemas sociales, pero la obligación de un sistema educativo, sobre todo en un país que defiende el estado del bienestar, sería una educación que ayude a ser un ascensor social y a solucionar desigualdades sociales muy grandes. La educación hace que la gente no se crea cosas insólitas y buena parte del crecimiento del populismo llega por la falta de educación. Lo que pasa es que tampoco se le puede pedir al sistema educativo que solucione problemas en circunstancias en las que los chavales no han desayunado cuando llegan a la escuela o no tienen dónde ir cuando salen de ella. De esto debe hacerse responsable la sociedad porque lo más importante de una sociedad es ocuparse de su infancia y estamos maltratando a los profesionales a los que les encomendamos su formación. Que lo que se paga a los profesores se considere insuficiente por el esfuerzo que realizan es que alguien no se está tomando esto en serio.

No me resisto a preguntarle por su definición de cultura, desde una sección de Cultura de un diario, con el objetivo de tener claro qué lo es y qué no.
(Risas) lo que está claro es que cultura no es solo lo que entra en la sección. La cultura es una visión del mundo, lo que la construye, y esto viene por lo que lee, ve en el cine, la televisión, redes sociales, etcétera. Lo que entra y lo que no en los espacios de cultura de los medios interesa mucho a los políticos porque ayuda a que los ciudadanos se identifiquen con lo que es cultura y lo que no. Para mí, el problema es tener una visión demasiado estrecha de la cultura. El graffiti, por ejemplo, ¿es cultura? Si no lo es no sé qué puede ser porque no tiene más función que ser una forma de expresión. Tengo una visión que intenta ser lo más amplia posible porque la cultura es la forma en la que el ser humano está en el mundo y lo que somos, a nivel de género, religión, nación, identidad, etcétera. Cultura es todo lo que nos constituye como personas.