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El nuevo panorama político balear está dominado por una amalgama de izquierdas que, si bien ha ofrecido dejar atrás las políticas y a los dirigentes de derechas, no ofrece nada concreto en materia económica. Algo que se convierte en un auténtico problema, pues a los gobiernos -tanto de izquierdas como de derechas- les suele resultar muy difícil llevar a cabo acciones que mejoren las posibilidades de crecimiento económico, mientras que les resulta tremendamente fácil la acción contraria. En este sentido la derecha ofrece, aunque no siempre llegue a realizarlo, un paquete económico creíble, ensayado con resultados adecuados, que se puede resumir en la racionalización del gasto público y en la realización de las reformas que faciliten la correcta asignación de recursos entre los diferentes sectores. Estas ideas están enraizadas en la teoría económica dominante desde los tiempos de Smith, hace casi 250 años.

Por el contrario, el paquete económico de la izquierda no está diseñado, no se apoya en ninguna teoría conocida, ni está ensayado con éxito en ningún lugar. Más bien todo lo contrario. Su único fundamento es el rechazo sentimental a las políticas de la derecha; convirtiéndose, así, más en una reacción que en una verdadera alternativa.

No hay un conjunto de propuestas coherentes e inteligibles que se pueda ir concretando más allá de unos discursos sucedáneos y defensivos. De ahí que vayan apareciendo temas deshilvanados que tocan la economía de forma colateral, pero cuya lógica no se encuentra en consideraciones económicas. El cierre de terrazas, la limitación de turistas, la moratoria a nuevos comercios, los impuestos al visitante, las restricciones de licencias, el tren, la creación o refundación de nuevos organismos y el aumento sin límite del gasto público con su correspondiente “Madrid nos ahoga”, no tienen su origen en un programa económico articulado, sino en consideraciones políticas o de orden ideológico. La izquierda balear, desde la perspectiva económica, es un páramo sin estrategia ninguna que busca desesperadamente ideas, como las señaladas, en el cajón de sus socios más populistas. La ciencia económica es un obstáculo para su ideología, como lo demuestra buena parte de la lucha que han librado con las recetas de los organismos internacionales y contra los propios economistas. Por supuesto, no son conscientes de que la mejor manera de llenar las arcas del Estado es el crecimiento económico estable; tampoco lo son de las negativas consecuencias de la inadecuada política, a pesar de su propia experiencia pasada.

El euro impedirá muchos desmanes, aunque nuestro crecimiento económico será inferior al que sería con buena política.
Y mientras pondrán más énfasis en políticas de tercer nivel centradas en la tauromaquia, la jardinería, el cierre de un colegio católico... ¿Populismo?