Europa ha sido la protagonista más importante de la historia desde Grecia hasta el siglo XX. Después de la destrucción que supusieron las guerras mundiales iniciadas por Alemania, y a partir de 1957, se intentó crear un Gran Estado Europeo que no estuviera bajo la hegemonía de un único estado sino con el concurso de todos. Ese intento ha sido todo un éxito en el campo de la paz y de la economía. Uno de sus grandes logros fue la unión monetaria con una moneda única, el euro. Pero desde la caída del muro de Berlín, la globalización, la deslocalización productiva hacia Asia y Europa del Este y la Gran Recesión han generado nuevos retos. Europa, que llegó a producir casi la mitad de la producción mundial en el pasado, tiene ahora un papel marginal en la generación de riqueza en el mundo. Se han cambiado los papeles: Asia produce el 40% de los bienes y servicios del mundo, mientras Europa no llega al 15%. El declive de Europa no solo es relativo en relación con América del Norte y Asia sino que su estancamiento le está llevando a un empeoramiento en términos absolutos con pobreza y desigualdad. Este declive ha sido rápido y profundo, por lo que Europa se encuentra ante una de las encrucijadas más decisivas de su historia. Se enfrenta a nuevos desafíos que trataremos en este y los próximos artículos, entre ellos:
La falta de ímpetu político, económico y de liderazgo que tuvo Europa en el pasado, con dificultades para preservar la unidad y la democracia, con movimientos extremistas, separatistas y nacionalistas, de forma que los europeos se sientan miembros solidarios de un mismo proyecto.
La pérdida de productividad y de empleo fruto de la reestructuración económica mundial como consecuencia de la globalización, la deslocalización y la falta de innovación e inversión.
La falta de una política económica adecuada para salir de la crisis y el estancamiento en que se encuentra Europa, evitando que sea de nuevo un país (Alemania) el que se imponga a los demás con la política de austeridad. Un cambio de política y un cambio radical en la economía basándola en la producción con bajo carbono y con innovación tecnológica y científica, y bienes y servicios de alta calidad.
La integración de la población que recibe y seguirá recibiendo del éxodo africano, mayoritariamente musulmana, potenciando la multiculturalidad y evitando los riesgos de guetos y enfrentamientos.
La dificultad de lograr mantener y mejorar el estado de bienestar social sin que aumente el endeudamiento en unos tiempos en que la base económica europea es frágil y su crecimiento está estancado.
El primer gran desafío que trataremos hoy aquí es el riesgo del propio euro. Hace mucho tiempo el profesor canadiense R. Mundell advertía que si los ciclos económicos de los estados miembros no estaban acompasados, solo había dos maneras de que las economías bajo una misma moneda se comportaran de igual forma ante shocks asimétricos, una de ellas si hay gran movilidad laboral y la otra si hay fuertes transferencias presupuestarias entre los países miembros. Recomendaba un mercado laboral único y flexible para Europa, porque si un país periférico, por ejemplo España, generaba en la crisis un alto nivel de paro, la mano de obra podría desplazarse a otros. Esto hoy por hoy es una utopía, no solo por las diferencias culturales y de idiomas, sino por la oposición a una inmigración masiva, de la población y los gobiernos de los países en mejor situación. Por otra parte las transferencias fiscales entre estados están también descartadas por la Unión Europea. Solo ha sido posible préstamos de instituciones europeas y el FMI imponiendo duras condiciones a los países necesitados. España, con la crisis inmobiliaria y la elevada inflación diferencial del primer decenio del euro, es el ejemplo más claro de shock asimétrico que no ha podido resolver por ninguno de esos dos caminos a pesar de que mantenga durante años un nivel de paro que dobla la media europea. La depreciación del euro, la caída del precio del petróleo y el buen año turístico, junto a la devaluación salarial, están provisionalmente y recientemente mejorando algo las cifras del paro. Pero sin un cambio de la política económica europea, sin una política fiscal y monetaria que tenga como objetivo combatir el paro, el euro es un peligro para países como España porque le lleva a una menor competitividad y a un paro masivo sin solución a corto y medio plazo.
El próximo artículo lo dedicaremos a cómo evitar que Europa sea la perjudicada en el proceso de reestructuración productiva que ha generado la globalización.
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