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La percepción de inseguridad es uno de los motivos más importantes para evitar el viaje a ciertos lugares. Los recientes atentados en Londres, San Petersburgo, Estocolmo y Dortmund, aunque sin víctimas en este caso, pero sí con gran cobertura mediática, han puesto de relieve que no hay lugares plenamente seguros. En diferentes encuestas se ha preguntado a norteamericanos y posibles viajeros asiáticos si evitarían viajar a ciertos países europeos por considerarlos peligrosos. Más del 50% de los encuestados americanos respondieron que así era –solo un veinte por ciento en el caso de España–, reduciendo fuertemente el número de potenciales llegadas a Europa.

A pesar de todo nuestro continente es uno de los lugares más seguros del mundo, pero no ocurre así en el resto del planeta. Cada día más países se evaporan de los circuitos turísticos por temor a la violencia. A los ya conocidos de Oriente Medio, se suman otros, por ejemplo en América, en los que la violencia puede ser de origen político, coomo Venezuela, o de delincuencia común, como Honduras, pero la inseguridad se palpa en casi todas las grandes capitales y ha llegado recientemente a lugares de México donde los turistas se sentían tranquilos. Las cosas no van mejor en África, donde algunos países han desaparecido turísticamente, como Libia, o pasan serias dificultades como Egipto, y donde la mayor parte de los europeos que podrían viajar allí sienten que ni un solo lugar es hoy más tranquilo que hace veinte años.

Incluso en el continente asiático, considerado como altamente seguro, han empezado las preocupaciones. En Saigón han aumentado los atracos a turistas y en Filipinas las diversas policías y los vigilantes parecen tener el gatillo fácil.

Por supuesto todos sabemos que la posibilidad de ser objeto de un ataque terrorista mientras se está de viaje es menor que la de que nos caiga un rayo encima, pero tenemos más miedo al ataque indiscriminado que al rayo.

Como dice el gran periodista de turismo inglés Simón Calder, los viajeros tenemos que aceptar una cierta incertidumbre; reconocer que la seguridad completa no existe y empezar a temer más al rayo que a un acto terrorista.