La llegada de Donald Trump y su política comercial basada en el lema “Americans first” ha supuesto un cambio disruptivo en la evolución del comercio internacional que amenaza con iniciar una guerra comercial. Su reciente anuncio de recargos sobre las importaciones de acero (25%) y aluminio (10%) son una gota más en un océano de medidas proteccionistas de las que tampoco se han salvado los productos españoles (alambrón y aceitunas de mesa). A principios de noviembre y en apenas 10 meses, la Administración Trump ya había firmado más de 400 decretos con medidas antidumping o de protección especial que gravaban o bloqueaban la importación de mercancías.
Los decretos de Trump suponen la culminación de un cambio radical en la postura norteamericana. Tras la segunda guerra mundial las principales países occidentales liderados por EEUU crearon las bases de un nuevo orden económico internacional cimentado en tres instituciones: el FMI, el Banco Mundial y la Organización Internacional de Comercio, que finalmente fue sustituida por el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT). Los principios del GATT recogidos en la carta de La Habana (1947) propugnaban la consecución del libre comercio a partir de un proceso de negociación basado en la reciprocidad e igualdad de trato entre países.
Poco a poco, los principales países del mundo fueron ingresando en el GATT (hasta los 164 actuales) sometiendo su comercio y la resolución de disputas a sus órganos. Sin embargo, desde los inicios del GATT hubo una discusión entre el “free trade” y el “fair trade” (libre comercio no implicaba comercio justo). Uno de los principales problema residía en el dumping o venta por debajo del precio de coste.
Desde la elección de Trump, los Estados Unidos han aprobado una media de más de un derecho antidumping diario (como los referidos a España) a los que se han añadido limitaciones cuantitativas o cupos comerciales bajo la excusa de protección de la seguridad nacional (como en el caso del acero y la industria de defensa americana). El problema de adoptar tales medidas son las posibles represalias de los países afectados que pueden derivar en un bucle de represalias y contrarrepresalias, es decir, en una guerra comercial. El tuit de Trump “las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar” no invita a esperanzas y hace recordar los funestos efectos del arancel Smoot-Hawley de 1934 que acabó con dos tercios del comercio mundial y la expansión internacional de la Gran Depresión.
Pero la apuesta por el proteccionismo no es una corriente generalizada. Casi al mismo tiempo que se aprobaban los decretos proteccionistas sobre el acero y aluminio, Canadá y México firmaban con otros 9 países el TPP11 un acuerdo de libre comercio en la cuenca del Pacífico que creará un mercado de 500 millones de habitantes. Curiosamente, y como símbolo de los tiempos, mientras el TTP11 nacía, Estados Unidos sometía al Tratado de Libre Comercio (TLC), que une los mercados de EEUU, Canadá y México, a una profunda revisión tras 24 años de funcionamiento. Precisamente, y a la espera de la concreción detallada de las medidas adoptadas, México y Canadá junto a China pueden ser los mayores afectados de las medidas proteccionistas americanas.