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Dice el presidente americano Donald Trump que las batallas comerciales son buenas y fáciles de ganar, así que a ellas se dedica con entusiasmo, utilizando los métodos tradicionales de imposición de aranceles. En su guerra con la Unión Europea se ha visto afectada la aceituna negra, con las consiguientes pérdidas de los olivareros españoles.
Pero la más importante de las guerras comerciales es la que libra con China. Se parte de la base de que el déficit americano se acerca a los trescientos setenta mil millones de dólares. Para reducirlo empezó imponiendo aranceles a diversos productos chinos por unos treinta y cinco mil millones de dólares, lo que fue inmediatamente respondido por el gobierno chino, que gravó productos americanos por una cantidad similar. Trump, siguiendo su vieja técnica, aumentó la apuesta y ahora parece decidido a gravar productos por importe de 200.000 millones, a lo que los asiáticos han prometido responder. Pero ahí se les terminan las armas comerciales y tendrán que recurrir a otro tipo de armamento. Lo más fácil para ellos es fijarse en el superávit americano por turismo.

El instrumento más sencillo es el de la devaluación del yuan para mantenerlo artificialmente barato –algo de lo que en la actualidad ya están siendo acusadas las autoridades chinas–, lo que encarecería los viajes al exterior, y no solo a Estados Unidos sino al resto del mundo. Sin embargo los efectos serían distintos según la distancia y los precios en destino. Los lugares lejanos y cuya moneda sea el euro o el dólar sufrirían más que los cercanos, y no solo por el mayor coste en destino sino también por el aumentado precio del combustible, cotizado en dólares, a consecuencia de la política de embargo a Irán.
Los chinos seguirán saliendo al extranjero, pero en su inmensa mayoría a destinos cercanos. Los efectos ya se deben de sentir en Europa en los resultados de junio con una disminución del gasto de los chinos. Trump ha terminado así dando una patada a los chinos no solo en el culo de los americanos sino también en el de los europeos.

De paso se demuestra la torpeza de mantener que China es la gran esperanza del turismo, cuando poco podemos hacer para incrementar el gasto que, por otra parte, no es muy elevado.

Y mientras tanto el informe de coyuntura de la Secretaría de Turismo nos señala que “la evolución de los mercados de Asia Pacífico es muy positiva, especialmente la de China”. Eso es optimismo.