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La Asociación de Comerciantes de Menorca ha alertado al Consell Insular que la moratoria vigente, que no deja que se instalen grandes superficies en la isla mientras no se redactaba el Plan Sectorial de Equipamientos Comerciales, está a punto de finalizar y temen que se vuelva a generar un nuevo hueco por el que se cuelen licencias. Pasó con la moratoria autonómica mientras no se aprobaba la insular, y en el espacio de 24 horas entró una nueva superficie en Menorca tal y como contaba el otro día en una emisora de radio el presidente de la entidad, Vicente Cajuso. El temor de Ascome es que en un territorio pequeño como Menorca, donde el mercado comercial no deja de ser reducido, un gran operador de cualquier sector con cuatro o cinco mil metros cuadrados pueda llegar a convertirse en un monopolio y eliminar la libre competencia. En este sentido, la entidad que vela por la protección del pequeño y mediano comercio hablaba de limitar a 800 metros como máximo el tamaño para estos nuevos competidores, con el fin de lograr un equilibrio entre grandes y pequeños. Una reclamación razonable para que no impere la ley del más fuerte, en un entorno de competencia global en el que la figura de legislador tiene que estar para corregir las desigualdades, sin establecer privilegios que nos hagan ir a contracorriente. Lo vemos estos días con el conflicto del sector del taxi, donde tengo la sensación de que la solución justa sería indemnizar a aquellos con licencias no amortizadas y dejar el mercado libre.

Sin embargo, hablar de todos estos temas en la era del comercio online es como querer poner puertas al campo y desde Ascome son muy conscientes de que los comerciantes no pueden demorar más su transformación digital porque es una demanda de servicio que busca cada vez más el consumidor para su comodidad, sin olvidar aquella máxima que primero la empatía y después, la tecnología. Sea como fuere, cada vez estoy más convencido de que lo más necesario es tener consciencia a la hora de abrir el monedero o la cartera, pensando en las consecuencias de nuestros actos. Una consciencia que se debe cultivar desde prácticamente la tierna infancia para que las futuras generaciones entiendan que el euro que le entrego a la frutera de mi barrio sirve para pagar el sueldo del dependiente que otro día compra las abarcas de la fábrica en la que yo trabajo.