El solsticio de verano este año en nuestro país ha venido precedido por el ansiado final del estado de alarma. Seguimos avanzando día tras día en el proceso de desescalada, no sin temores a los rebrotes, que en muchos países son ya una realidad: algunos tan cercanos como Portugal o Alemania, países que inicialmente lograron contener la pandemia.
En el terreno económico, la llegada del verano traerá también una nueva fase, marcada por la recuperación de la actividad. Esta afirmación, apenas días después de que el FMI publicara una nueva y contundente revisión a la baja de sus perspectivas de crecimiento mundial, parece como mínimo arriesgada.
Ante un escenario económico tan desconocido como el actual, la abstracción, pero también la objetividad que proporcionan los datos agregados de confianza de los agentes económicos, son una herramienta fundamental que no debemos ignorar. En este punto, las cifras conocidas esta semana en índices tan relevantes para los mercados financieros como los PMI (termómetro por excelencia de la confianza de los empresarios) insuflaron de optimismo a las bolsas al mostrar que la reactivación podría estar siendo incluso más célere de lo previsto: en la eurozona, la confianza subió hasta 47,5, acercándose al umbral que marcaría expansión (50) y alejándose de los mínimos de abril (13,6).
Si bien es cierto que la mejora de la confianza de los empresarios nos está indicando que lo peor de la recesión ha quedado atrás y que estamos ya en la fase de reactivación, también es cierto que estamos atravesando un escenario económico atípico y por ello debemos tener cautela con la interpretación de estos indicadores.
La destrucción de puestos de trabajo en esta crisis ha ocurrido a una velocidad sin precedentes, y una vez remitan los programas temporales de apoyo, desembocará en una rápida caída de los ingresos de estos trabajadores afectados por el cierre de las economías. Por otro lado, esta pandemia ha provocado una paradoja: aquellos que mantuvieron sus empleos (ingresos) se han visto también privados de la posibilidad de continuar desarrollando sus vidas cotidianas (consumiendo). El resultado de todo ello en términos macroeconómicos es que, a día de hoy, se ha generado de forma inducida un fuerte incremento de las tasas de ahorro de los hogares en la mayoría de las economías mundiales que hace muy singular esta recesión.
Comenzamos así una recuperación atípica, en la cual pensamos que la respuesta de este segundo grupo de consumidores, los que han logrado mantener su empleo, será el factor decisivo: si a medida que las economías se reabren, este 'exceso' de ahorro se vuelve a movilizar, tendremos la recuperación económica que a día de hoy descuentan las bolsas y los puestos de trabajo perdidos se recuperarán. Sin embargo, las nuevas medidas de distanciamiento y los propios temores personales a contagios, son efectos más complejos de cuantificar que pensamos que llevarán a que la reactivación económica sea más gradual de lo que anticiparon los indicadores de confianza de los empresarios esta semana. Confianza en la recuperación sí, pero cautela con los excesos veraniegos.