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La economía, como cualquier otra disciplina científica, se ha ido construyendo con el paso del tiempo hasta configurar las distintas corrientes actuales. El camino recorrido no ha sido lineal, ni tan siquiera único. Pues cada uno de los autores que han contribuido a su enriquecido lo hizo desde la perspectiva de la sociedad de su tiempo y de los problemas que le tocó vivir. Sin embargo, muchas de sus ideas se entrelazan o se transmutan en otras nuevas que incluso pueden resultar, en ocasiones, totalmente contrapuestas a pesar de continuar con la misma lógica.

Así, conocer a los clásicos resulta esencial para el dominio de cualquier rama del saber. En expresión de Keynes: “Los hombres de acción que se creen plenamente eximidos de influencias doctrinales son normalmente esclavos de algún economista del pasado [... ] Estamos convencidos que se exagera la fuerza de los intereses creados en relación a la influencia que progresivamente van adquiriendo las ideas. En realidad, estas no actúan de forma inmediata, solo lo hacen después de un largo tiempo... Pero son las ideas y no los intereses creados los que, antes o después, son peligrosos para el bien o para el mal”.
Ciertamente, no se trata de afirmar que el presente sea fruto del pasado, sino más bien de que a cada presente le corresponde un pasado. O, dicho de otra forma, el pasado también es fruto del presente, por lo que su conocimiento, igualmente, lo es de nuestra época. La economía, tal como señaló un destacado pensador, es lo que hacen los economistas y la evolución de sus ideas es uno de los procesos de innovación más destacados que a todo estudioso y profesional le interesa conocer.

Sin embargo, infelizmente, en muchos de los planes de estudio de nuestra materia las asignaturas dedicadas a los clásicos, o bien se consideran un complemento que no debe ocupar una posición central en los mismos, o bien directamente desaparecen. Generando un vacío que los discentes solo podrán rellenar si su curiosidad los lleva a realizar las muy extensas lecturas pertinentes. Lo que, como es lógico, no suele ser frecuente.

Ser capaz de tener una visión con la suficiente altura y perspectiva del recorrido que han seguido las principales ideas aportadas por quienes nos han precedido constituye la mejor forma hacer realidad los valores que cualquier universitario debería portar, tales como, la imparcialidad, la calma, la moderación, la sobriedad, la prudencia, la libertad y el espíritu crítico, la sabiduría, el trabajo duro y la inquietud por la propia reputación.

En definitiva, solo asignando el lugar que le corresponde al conocimiento de los autores clásicos, reconociendo que muchos de esos grandes pensadores del pasado están en plena vigencia, los centros universitarios pueden ser capaces de cumplir plenamente con su importante misión de ser el vínculo, a través del saber, entre los muertos, los vivos y los que han de venir.