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En abril titulaba como hoy mi colaboración y me comprometía a escribir una segunda parte. Sobre las particulares relaciones laborales, que estamos notando, en las que –parece– se ha vuelto la tortilla y la parte fuerte no es (como el pensamiento más militante defiende tradicionalmente) el empresario (de puro y chistera) sino la del empleado al más puro estilo «mercenario Wagner» (como bien conoce el amigo de Putin) que se vende al mejor postor.

El estrés laboral que está viviendo el pequeño y mediano empresario –el más abundante en nuestras islas– es algo nunca visto, y no te quepa la menor duda que dejará «tocado» al empresariado. En el anterior artículo ya apuntaba sobre posibles soluciones: automatización de procesos y deslocalización se servicios. Esto sin duda, una vez iniciado el camino (una vez que el pequeño empresario pierda el miedo) será un viaje para el que no habrá marcha atrás.

Es cierto, como seguro estás pensando, que un puesto de cocinero, repartidor, dependiente o camarera de piso, no puede ser gestionado a distancia, pero seguro que somos capaces de que, todo aquello que no necesita «contacto físico» o «presencialidad» podría ser objeto de estudio.

No es de recibo, como esta semana me comentada un amigo empresario, «tengo que traspasar tal negocio -uno de los que tiene- porque no tengo personal para atenderlo». Es decir, el negocio es rentable pero no encuentra capital humano para gestionarlo. No me quiero poner catastrofista, pero, tal y como veo el futuro a medio plazo, va a haber una serie de empleados altamente cualificados que multiplicarán sus salarios, con independencia de lo que digan los convenios, y habrá otros trabajadores que, ante la desesperación de los empleadores, serán reemplazados por máquinas, robots o inteligencias artificiales…

Si como empresario quieres ver cuáles pueden ser esos puestos más sensibles de sustituir… si como trabajador quieres ver la probabilidad de perder tu trabajo de manos de un robot, te animo a que te intereses por el tema. Ya existe un indicador llamado ARI o «Índice de Riesgo de Automatización» que comienza a identificar el riesgo de ser sustituido/a. El desafío al que nos enfrentamos profesionales y empleados es la forma en la que volverse resistente a esta automatización.