Aquellas hormigas caminantes aceleradas sin rumbo, impactaron sobre mi retina y ha quedado su recuerdo en mi mente. Mi mente en calma tras varios ejercicios en un taller de «Atención plena: compasión y emoción». Estaba paseando por los jardines de San Honorato en Mallorca (un lugar especial y cargado de energía espiritual), siguiendo las instrucciones del terapeuta en un ejercicio de atención plena. Esa conexión mágica entre mente y cuerpo.
De repente, sonaron las dos tablillas de madera que sostenía Miguel, paramos de andar atentamente. Mi mente se centró en una escena de la naturaleza. Seguía estando en calma, pero mis ojos se fijaron en un racimo de uvas que pendía de una parra al sol. El racimo tenía sus uvas pasas, me imagino que amargas por la cantidad de bichos que revoloteaban. Pero una, entre todas ella, se mantenía aún fresca y tierna. Solamente una. Esa uva granate era la única viva. Despertó en mí un deseo, ser cogida por mis dedos. Eso quería hacer, pero me resistí. No quería que terminase en mi boca, estómago, intestinos y posteriormente donde ustedes ya saben.
Dejé que viviese un poco más, bajo los rayos del sol. Seguí andando y me paré en el ciprés enorme, alto y frondoso que está situado en la entrada. Me puse debajo de él, miré hacia arriba. Que ser tan diminuto soy, pensé y sentí. Sus ramas se entrelazaban. De repente me encontré con una escena, miles de seres pequeños corrían en todas las direcciones. Unas hacia arriba y otras hacia abajo, esquivándose, sin chocar. Corrían aceleradas como si alguien las persiguiese. Me alegré de esa rapidez. Su aceleración era como los movimientos de un grupo de alto rendimiento, y pensé -qué suerte y qué afortunada soy ahora-. Estoy tranquila y en calma. Respiro tal y como me han enseñado. Ellas no. Seguramente están jadeando. De repente, me acordé de mi misma, de los equipos y grupos en las empresas, todos a un ritmo acelerado y frenético. Compitiendo, nerviosos, ajetreados, comprometidos y a la vez acelerados.
A dónde van, hasta dónde quieren subir. Igual se chocan con los que quieren bajar o tropiezan con los que quieren subir. Vertiginoso camino y acelerada vida, con el piloto automático puesto, y en ocasiones ¿para qué?
Qué bien tener la mente en calma y poder observar este pequeño instante, apreciando colores, formas y olores. Siendo más sensible a nivel perceptivo y deleitándome del placer de la observación de esos diminutos seres acelerados.