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Los resultados turísticos del pasado año han vuelto a superar las expectativas, algo a lo que nos vamos habituando. Los medios han resaltado las cifras, ciertamente llamativas, de llegadas de turistas extranjeros y el gasto de los mismos, superando en ambos casos los registros existentes. El conjunto de la actividad turística incluyendo el turismo nacional superó los 186.000 millones de euros millones, un 13% del PIB. Otro récord.

Han mejorado los principales indicadores: la estacionalidad, la regionalización y el gasto por turista, que miden los objetivos de la política turística de todos los gobiernos. El último trimestre, con Canarias a la cabeza, por razones obvias, es el que ha tirado del carro del resultado final, mientras que los destinos del norte: Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco han crecido más que la media. La llegada de más viajeros procedentes de América ha elevado el gasto medio y el gasto por día.

En términos absolutos han sido los destinos tradicionales de sol y playa los que más han mejorado sus resultados económicos. Algunas ciudades como Madrid, A Coruña, Barcelona, Palma, Oviedo y San Sebastián, entre otras, han tenido resultados muy positivos. En todo el país ha aumentado notablemente el empleo y la calidad de este.

Hay que destacar el caso de Balears en donde los diferentes destinos han obtenido una rentabilidad superior a la media. Eivissa y Formentera lograron los ingresos por habitación más elevados de toda España, -un 40% mas que Madrid- Mallorca y Menorca también se encuentran a la cabeza de la clasificación. Un resultado que premia los esfuerzos inversores que han tenido lugar en las Islas.
El turismo ha sido claramente el motor del crecimiento en todo el país -hasta un 70% del total.
¿Y sin embargo? Sin embargo, ocultas bajo ese aluvión de datos positivos, aparecen algunas llamadas de atención a las que deberíamos prestar atención. No proceden solo de los ecologistas y otros «aguafiestas» sino de las entrañas de las principales empresas del sector, como señala el último informe de coyuntura de Exceltur, como siempre magnífico.

La llamada turismofobia, una disculpa de los partidarios del crecimiento indiscriminado ni siquiera aparece. Ahora la atención se centra en plantearse si este crecimiento a un ritmo tan potente es sostenible, e incluso si es deseable, como plantea el vicepresidente ejecutivo de la organización.

Las llamadas externalidades negativas son ya demasiado importantes como para ocultarlas. La primera -la que más afecta a los hoteles- es el crecimiento de las viviendas de uso turístico, cuyo número total es aún inferior al previo a la pandemia, especialmente en el centro de las grandes ciudades, que genera un rechazo de la población local por la saturación, un mayor coste de la vivienda, la dificultad de los empleados para encontrar alojamiento y la de los empresarios para encontrar personal cualificado.

Hay que agradecer estas llamadas de atención. El turismo seguirá creciendo debido a nuestras ventajas competitivas, pero no es conveniente depender excesivamente de él por lo que hay que redoblar los esfuerzos para potenciar otros sectores de nuestra actividad económica en los que también contamos con ventajas. Mantener el equilibrio no es fácil, pero debe ser el objetivo de las partes implicadas.