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Para muchos la vida en Eivissa y Formentera se podría resumir en «Trabajar en el paraíso y vivir en una caravana». A poco que te des una vuelta por Eivissa o Formentera, ves que una de las joyas del Mediterráneo se ha convertido en una isla de camareros que viven en caravanas.

Bajo una capa de barniz de ocio, lujo y fiesta se esconde la dura realidad que afecta a muchos trabajadores de temporada: la falta de viviendas asequibles. El elevado precio del alquiler no es un secreto. Este problema, ni es nuevo ni soy nada original trayéndolo a esta columna, pero sí que me gusta recordar que el problema ha ido agravándose a lo largo de los años.

Este desequilibrio ha obligado a muchos a buscar alternativas. Si bien algunos optan por compartir viviendas (pagando cantidades exorbitantes por una simple habitación), otros se ven obligados a vivir en tiendas de campaña, caravanas o incluso en coches.

Ya sabes que no estamos hablando de casos aislados, sino que es una situación de necesidad cada vez más extendida que afecta a los trabajadores que se trasladan a las islas en busca de empleo. Trabajar durante la temporada entera ya de por sí implica un elevado nivel de estrés. Jornadas largas, calor intenso y la presión de una industria turística que no para.

Pero, ¿qué sucede cuando, al terminar la jornada, en lugar de volver a un hogar cómodo, se tiene que regresar a una caravana estacionada en las afueras de la ciudad o, peor aún, a una tienda de campaña en un lugar improvisado?

El impacto en la calidad de vida es evidente. Sin acceso a servicios básicos como agua corriente, electricidad o un lugar adecuado para descansar, la salud física y mental de estos trabajadores se ve gravemente afectada. Además, el riesgo de multas o desalojos por estacionar en zonas no habilitadas para viviendas móviles añade una carga adicional de incertidumbre y ansiedad.

El futuro del turismo en Eivissa y Formentera, así como la calidad de su oferta, dependerá en gran medida de cómo se gestione el problema, por eso no entiendo cómo no se han hecho todavía dos cosas: la primera es un censo de trabajadores que viven de manera «no convencional», por decirlo de algún modo, para cuantificar el problema; y la segunda es saber si existe algún «plan de contingencia» para saber qué pasaría, como está pasando, si la gente se cansa y deja de venir a trabajar a nuestras islas.