El pueblo marroquí ha acogido con tristeza y serenidad la noticia
de la muerte del rey Hasán II, ocurrida en la tarde del viernes. El
país amaneció ayer con un nuevo rey y Comendador de los Creyentes,
el príncipe Mohamed Ben Al Hasán, de 36 años, primogénito del
monarca desaparecido y un desconocido para los politólogos.
Pero la muerte de Hasán II deja abiertas una serie de incógnitas
en el destino de Marruecos, desde la suerte del Sáhara Occidental
hasta el rumbo político interno en el país, que contaba desde hace
poco con un «gobierno de alternancia» dirigido por los socialistas,
opositores históricos al monarca.
La ocupación del Sáhara Occidental en 1975 con la famosa «Marcha
Verde» fue la gran apuesta política del reinado de Hasán II, que
quiso pasar a la historia como «el Reunificador», pero el estatus
de la ex colonia española está pendiente de un referéndum de
autodeterminación auspiciado por la ONU. La «marroquinidad» del
Sáhara ha conseguido durante casi dos décadas acallar disidencias
internas y crear una «piña» en torno al Palacio, ya que todos los
partidos opositores, ya fueran socialistas o integristas, estaban
de acuerdo sobre lo que en Marruecos se considera sagrado: la
integridad de la patria.
Sin embargo, los problemas de cariz más interno no han
desaparecido, ni siquiera con el nuevo gobierno que desde 1998
preside el socialista Abderrahmán Yusufi, de 77 años y también
aquejado de serios problemas de salud. La existencia de una serie
de «parcelas reservadas» del monarca -política exterior, religión,
orden público y ejército- sobre las que los gobiernos nunca han
tenido margen de maniobra hace que ahora las grandes líneas
políticas del país queden huérfanas y a la espera del rumbo que
pueda tomar el desconocido príncipe heredero.
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