El caos y la violencia se han apoderado de Dili, la capital de
Timor Oriental, donde los paramilitares han tomado las calles de la
ciudad y el control de la ex colonia, mientras los periodistas y
observadores extranjeros han tenido que buscar refugio ante la
impunidad con que actúan.
Miles de timorenses se han concentrado en el puerto de Dili,
cuyos muelles están abarrotados de familias con todos sus enseres y
que tratan de subirse al primer barco que pueda sacarles del
infierno en que se ha convertido la ex colonia portuguesa. Los
paramilitares, que de nuevo ayer sembraron el terror y la violencia
en las calles de la capital, montaron controles en el interior del
territorio, en cuyas montañas permanecen escondidos miles de los
timorenses que el lunes arrostraron el miedo y bajaron a votar
masivamente en el referéndum cuyo recuento comenzó ayer. Pasaban
las 4.20 hora local (las 11.20 hora española) cuando por radio el
policía de Naciones Unidas que estaba de guardia ante la sede del
organismo internacional en Dili pudo alertar a sus compañeros: «Me
disparan, me disparan». Una turbamulta trataba de saltar las vallas
del recinto de la Misión de Naciones Unidas en Timor Oriental
(UNAMET) perseguidos por los paramilitares que disparaban y
atacaban a los refugiados de una cercana escuela y aterrorizados
vecinos del suburbio de Mascariñas donde en la noche del martes ya
habían asesinado a machetazos a un joven de 20 años.
Al menos una persona perdió la vida al tratar de buscar esa
protección de Naciones Unidas, pues los milicianos de «Aitarak»
tras enfrentamientos a pedradas con simpatizantes de la
independencia, prendieron fuego a un surtidor de gasolina y varias
viviendas cuando estaban lanzados a una orgía de terror. Los pocos
jóvenes que trataban de hacerles frente no pudieron hacer otras
cosa que retroceder con sus piedras ante los fusiles automáticos y
armas de fabricación casera, además de machetes con los que también
amenazaron y atacaron a los periodistas.
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