Los líderes de los ocho países mas poderosos del mundo se
comprometieron ayer, en un claro gesto hacia los emergentes
movimientos contestatarios, a abrir sus debates sobre la
globalización a la sociedad civil y a acentuar la cooperación y la
solidaridad con las naciones en vías de desarrollo. El preámbulo
del comunicado final con el que se cerró la cumbre de Génova
constata el «cambio de rumbo» que los Grandes pretenden dar a sus
reuniones anuales para evitar el aparente callejón sin salida al
que les estaban empujando con sus movilizaciones y sus aceradas
críticas los grupos antiglobalización.
«Como líderes democráticos, responsables hacia nuestros
ciudadanos, creemos en la importancia fundamental del debate
público y abierto sobre las principales desafíos que nuestra
sociedades deben afrontar», señalan con solemnidad en el documento
de clausura. Los jefes de Estado y de Gobierno de EE UU, Reino
Unido, Francia, Alemana, Canadá, Japón, Rusia e Italia aceptan,
según la resolución aprobada ayer, «promover soluciones innovadoras
basadas sobre una amplia colaboración con la sociedad civil y el
sector privado».
Se comprometen, además, a buscar «una cooperación y solidaridad
más acentuadas con los países en vías de desarrollo, basadas en una
recíproca responsabilidad para combatir la pobreza y promover el
desarrollo sostenido». El tono del comunicado final marca un
significativo cambio en la orientación dada hasta ahora por los
líderes del G-8 a sus reuniones anuales, sin eludir el contexto de
las crecientes protestas contra la globalización, que han llegado a
su cénit en Génova y que provocarán que cumbre del próximo año en
Canadá sea en una estación de esquí alejada del mundanal ruido.
Pese a todo, los líderes de los países capitalistas defienden ante
todo la globalización y ven como única salida a la pobreza el libre
mercado.
La muerte de un activista el viernes por los disparos de un
policía, los disturbios generalizados y la concentración de más de
150.000 personas en la manifestación más grande desde la pionera
concentración de Seattle (EE UU, 1999) son los signos que parecen
destinados a marcar el sendero hacia una nueva frontera. Más allá
de constatar este giro, el documento final refleja una cumbre pobre
en contenidos. En el comunicado de clausura se manifiestan las
divergencias que separan a los países de la Unión Europea y a
Estados Unidos sobre la ratificación del tratado de Kioto sobre el
cambio climático. Sin cerrar ninguna puerta a nuevas negociaciones,
los Ocho reafirmaron el principio que orienta la necesidad de
reducir la emisión de gases que provocan el llamado efecto
invernadero.
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