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EFE - NUEVA YORK/WASHINGTON El milagroso rescate de cinco bomberos con vida sepultados dentro de un vehículo todo terreno levantó ayer el decaído ánimo de los neoyorquinos, apesadumbrados por el aumento del número de víctimas, que las autoridades portuarias calculan que podría superar los 20.000. El alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, afirmó que está confirmada la desaparición de, al menos, 4.763 personas, presumiblemente fallecidas bajos los escombros. «La terrible realidad es que quizá nunca seamos capaces de recuperar a nadie, pero lo seguiremos intentando», agregó Giuliani, quien explicó que el número adelantado es el de personas que han sido confirmadas como desaparecidas y, por tanto, podría aumentar. Oficialmente, el alcalde neoyorquino dijo que el número de fallecidos asciende a 94 y se han recuperado 65 restos humanos.

El alcalde estimó que más de 300 bomberos y 60 policías están desaparecidos y, presumiblemente, muertos bajo los escombros de las Torres, aunque se espera que en las próximas horas se publiquen las primas listas oficiales. Por otra parte, al menos 126 personas pueden estar sepultadas bajo los escombros del Pentágono, de donde se han rescatado 70 cadáveres, y ya no hay esperanzas de encontrar personas con vida. Los atentados sembraron el terror y provocaron pérdidas incalculables, pero sobre todo sesgaron las vidas de miles de personas corrientes y destrozaron las de sus familias. Historias de gente corriente cuyos nombres nunca hubieran aparecido en los diarios, pero que ahora son extraordinarias, y algunas incluso, heroicas.

Los niños han sido también de los más perjudicados en esta tragedia. Mientras se desconoce el paradero de los pequeños que acudían a alguna de las guarderías para hijos de trabajadores instaladas en tres plantas de las torres, las escuelas infantiles de la ciudad están abarrotadas de niños a los que nadie ha ido a recoger. Este último es el caso de varios pasajeros que viajaban en el vuelo 93 de United Airlines que se estrelló en Pittsburgh después de que un grupo «intentara hacer algo para detener a los secuestradores». Así se lo contó a su esposa, Lyzbeth, en una acelerada conversación desde el teléfono celular, Jeremy Click, un joven que, tras saber lo que había ocurrido ya en las Torres, aseguró que iban a hacer todo lo posible por «evitar cualquier cosa que quieran hacer». A Lizbeth le queda ahora cumplir con la último deseo de su marido: «Que tengas una buena vida y cuida mucho a nuestra hija de tres meses».

Otros mezclaron sus muertes con crueles casualidades. Es el caso de Ruth Clifford y Paige Farley Hackel, dos íntimas amigas de 45 años que ese día tenían pensado volar juntas desde Boston a Los Àngeles, pero no consiguieron asiento en el mismo avión. Ruth, con su hija Julianna, de 4 años, tomó el vuelo 175 de Unietd Airlines y Paige, el número 11 de American Airlines. La trágica casualidad quiso que, sólo una hora más tarde, los dos aviones, secuestrados por terroristas suicidas, se estrellaran contra las Torres Gemelas donde, además, Ronnie, un hermano de Ruth que trabajaba allí, luchaba contra el tiempo para escapar del interior.