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TONI LIMONGI/GORI VICENS El artista mallorquín Luis Macías vive en Nueva York desde el año 1996. Fue un testigo de excepción del atentado a las Torres Gemelas. Residente en Brooklyn, vio desde la terraza de su casa cómo se desplomaba el segundo de los edificios. Tambien observó, a través de sus prismáticos, cómo saltaba la gente al vacío. «Estaba en un bar en la más absoluta tranquilidad, cuando la radio empezó a sonar muy fuerte. El volumen estaba muy alto y enseguida advertimos que algo muy grande estaba pasando. Había ya estallado el primer avión. Subimos a casa para reposar del shock. Recuerdo un estado de confusión mental sin parangón que se prolongó durante mucho rato. A continuación subimos a la azotea y desde allí, casi aturdido, contemplé a una distancia de más o menos dos millas, el inmenso incendio causado ya, sin duda, por la segunda colisión. Con los prismáticos vi cómo la gente saltaba hacia abajo. Son imágenes difíciles de olvidar, difíciles de digerir. La sensación era de caos total. Pero lo más increíble fue cuando se desplomó el segundo edificio ante mis propios ojos. No me lo podía creer. Sentí miedo pero también fue fascinante».

ENVIADOS ESPECIALES A NUEVA YORK

Macías es artista y trabaja también en prensa. Próximamente, en noviembre, va a realizar una exposición individual en Madrid, por lo que viajará próximamente a España. Tiene previsto estar unos días en Palma para reunirse con su familia, residente en la zona de Pere Garau. Su padre, Rafael Macías, su madre, Luisa Sánchez, y su hermano, Rafael, le esperan impacientemente. Vecino también de sa Cabaneta, donde entabló amistad con el artista Stif Afif, piensa relajarse en Palma. Cuando voy a Ciutat suelo dedicarme también a realizar algunos trámites burocráticos, como por ejemplo, renovar el carnet de conducir», dice con tranquilidad. Enseguida ponemos rumbo a la zona acordonada, para dar una vuelta e intercambiar impresiones. A pocos metros de los policías federales, vemos cuatro camiones de bomberos, una furgoneta de la policía completamente destrozada y, a pocos metros de allí, una fila de más de veinte excavadoras. Decidimos pedir un par de mascarillas a los servicios de salvamento, cosa que hacen sin dudar un minuto. El aire ya es más o menos respirable, pero a pocos metros se divisa el humo tóxico, aún muy presente. La boca se seca mucho, por lo que es necesario beber mucho agua.

«He inhalado de este humo», asegura sin ningún remordimiento. «Días después del atentado tuve que ir a comprobar si en el estudio donde trabajo se habían producido fugas de humo. Era preciso comprobar que todas las ventanas estaban correctamente cerradas para evitar la entrada del aire contaminado. Así que no tuve más remedio que meterme en el corazón del Soho, en una zona donde había mucho polvo. Fui con mi bicicleta y un pañuelo hasta la zona y me adentré en ella. Era una sensación fantasmagórica, como el fin del mundo». Luis comparó la situación de desconcierto con la de los «animales ante un eclipse de sol».

A continuación, y ya lejos de la zona acordonada, le acompañamos a presenciar una ofrenda floral que se realizaba en Canal Street. Junto a una verja se alzaban miles de lazos de color amarillo, con frases de recuerdo para los muertos. «Quise ofrecer sangre, pero fue tal la avalancha de gente que se ofreció el primer día, que no dejaron», asegura Macías conmovido. «Cuando pasó la tragedia me puse en contacto con mis padres y con mi hermano, pero tuve que certificar mi voz telefónica con el envío de un e"mail. Era como comprobar dos veces que uno estaba vivo», terminó diciendo este artista mallorquín horrorizado con lo sucedido.