El bastión afgano de Mazar-i-Sharif se ha convertido en el símbolo
de la lucha talibán contra la Alianza del Norte, que no logra
derribar esa resistencia y ya recela de que llegue una ayuda de
Estados Unidos en este frente. La posibilidad conocida ayer de que,
tras su captura, Mazar se convierta en base para la coalición
antiterrorista liderada por EE UU dividió a la oposición entre
quienes apoyan la entrada de tropas norteamericanas y quienes la
ven como un estorbo a sus ambiciones. De Mazar-i-Sharif depende en
buena parte la ofensiva sobre Kabul, donde las tropas tayikas de la
Alianza están estancadas a pocas decenas de kilómetros de la
capital afgana, mientras defienden un aeropuerto inutilizado y con
inmensos campos de minas por delante.
Los combates continuaron ayer con versiones contradictorias que
afirmaban el éxito del contraataque de los talibán en las afueras
de Mazar-i-Sharif y otros informes que subrayaron su fracaso. Pero,
tal y como reconoció ayer la Alianza, los ataques se están llevando
a cabo sin coordinación alguna, con ofensivas desde puntos
diferentes, lo que ha permitido recuperarse a los talibán con la
llegada de al menos 1.500 efectivos. Desde Tayikistán se señaló
ayer que las tropas del general Dostum tomaron «parte del
aeropuerto», pero admitieron que la lucha sigue desde hace varios
días con «éxito variable». Dostum, de etnia uzbeka, cuenta con el
apoyo de Uzbekistán, en cuyo territorio ya se encuentran
desplegadas unidades de asalto norteamericanas, y este general ha
evitado mostrar abiertas ambiciones sobre Kabul que preocupen a
Washington.
Por el contrario, las tropas tayikas de Fajim, sucesor del
asesinado Masud, no ocultan que su último objetivo es retornar al
depuesto presidente afgano Burhanuddín Rabbaní al poder en Kabul,
pese a su rechazo por otras etnias afganas. La toma de
Mazar-i-Sharif puede abrir el camino hacia Kabul, pero la
resistencia allí de los talibán sólo podría ser vencida con un
apoyo exterior que hasta ahora no parece tener prisa por acabar con
las posiciones integristas para no dar ventajas a unos u otros.
De momento, EE UU y Gran Bretaña han emprendido la «guerra
psicológica», en vísperas de las operaciones terrestres, que se
perfilan como inminentes. Al menos uno de los aviones que vuelan
sobre Afganistán no lanza bombas ni misiles, sino mensajes de radio
que pretenden desmoralizar a los soldados talibán y convencerles
para que se rindan. En una muestra más de que la entrada de fuerzas
terrestres en Afganistán está cercana, el mensaje indica que, para
entregarse, deben «dirigirse a soldados estadounidenses con las
manos en alto y las armas descargadas». El mensaje estadounidense,
repetido en distintos idiomas locales, explica a los soldados
afganos que «están condenados» porque les será imposible hacer
frente al armamento superior de las fuerzas estadounidenses y
británicas. Un armamento que incluye, por vez primera, el uso de
aviones no tripulados, los RQ-1 «Predator», que habitualmente se
destinan a tareas de reconocimiento y que ahora están armados con
misiles antitanque «Hellfire».
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