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Ohio, que iba camino de convertirse en un nuevo Florida, se salvó en el último momento de estar en la mira del mundo por el obligado escrutinio provisional que hubiera demorado los resultados electorales durante al menos once días.

Ya antes del amanecer de ayer, en Columbus, la capital de Ohio, los elementos del drama estaban listos: la diferencia de votos entre el presidente republicano George W. Bush y su rival demócrata John Kerry era de 136.221, faltaban por aún contar miles de sufragios provisionales y por correo, y una legión de abogados de cada bando estaban preparados para pelearse por cada papeleta.

En juego estaban los 20 votos en el Colegio Electoral del estado y, por ende, la Casa Blanca.

Pero la amenaza de una repetición del controvertido proceso de recuento de votos que se produjo en Florida en 2000 se desvaneció cuando Kerry llamó por teléfono a Bush a media mañana y reconoció su derrota.

El senador de Massachusetts dijo en un discurso a la nación desde Boston que, tras contar los sufragios provisionales de Ohio, «no tendremos los suficientes votos para ganar» e insistió en que el resultado de las elecciones «debe ser decidido por los votantes, no por una larga batalla legal».

De madrugada, su compañero de papeleta, John Edwards, se había mostrado combativo en una aparición ante los partidarios demócratas congregados en la plaza Copley de Boston.

Su esperanza estaba puesta en los votos provisionales -los emitidos por personas que no se encuentran en las listas electorales y cuya validez se determina tras los comicios- y los enviados por correo y no contabilizados aún.

Los demócratas dijeron que los votos provisionales podrían superar los 250.000, mientras que el presidente del Comité Nacional Republicano, Ed Gillespie, aseguró que sólo ascienden a 125.000 y de ellos sólo 31.000 serían válidos.