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Catorce jefes de Estado y delegados de otros 25 países participaron ayer en El Cairo en el funeral del líder palestino, Yaser Arafat, en medio de un impresionante despliegue de fuerzas de orden que impidió una asistencia masiva. La ceremonia, marcada por la solemnidad y los honores militares, se celebró en la mezquita de Al Galaa, en un recinto militar y donde la ausencia de expresión de dolor popular contrastó con la presencia de dignatarios que no dudaron en humillar en vida al difunto.

De apenas cinco minutos de duración, el acto se inició a las 10:00 y fue presidido por el jeque Mohamed Sayed al Tantaui de la mezquita de Al Azhar, que tiene autoridad religiosa sobre todo el Islam suní.

El religioso leyó varias suras de El Corán, el libro sagrado de los musulmanes, delante del féretro, que estaba envuelto en una bandera palestina y colocado en frente de la Qibla, orientado a la Meca y el lugar más santo de un templo islámico.

Los asistentes se reunieron a continuación en un «siuan», carpa abierta, de vivos colores y plagada de lámparas y alfombras que se instalan en los funerales árabes para expresar las condolencias.

El nuevo líder de la OLP, Mahmud Abas, el presidente del Parlamento y actual líder interino palestino, Raui Fatuh, y Faruk Kadumi -el único compañero de los primeros tiempos de Arafat que continua con vida-, recibieron allí el pésame de los cientos de asistentes.

El ataúd fue subido después a una calesa adornada en su parte trasera con un cañón -la misma que se utilizó en el funeral del presidente egipcio Anwar el Sadar-, tirada por seis caballos negros y escoltada por una guardia de honor del Ejército egipcio. A ritmo de la marcha fúnebre que interpretó una banda militar egipcia, el cortejo recorrió seguidamente a pie los 300 metros que separan el lugar de la base área de Almaza, desde la que los restos del finado emprendieron su último viaje hasta Ramala.

Entre los integrantes del séquito figuraba el heredero de Arabia Saudí, príncipe Abdala, cuya presencia no había sido anunciada y que mantenía con Arafat unas relaciones más que tensas desde el apoyo del líder palestino a Irak en la Guerra del Golfo de 1991. El reino wahabí suspendió ese año el enorme caudal de ayuda económica que hasta entonces prestaba al desaparecido.