«Abú Mazen es un traidor y un colaboracionista de Israel y EE UU y
son ellos a quienes va a vender nuestra tierra», dice sin titubear.
«Yo votaré a Abú Mazen porque él ha dicho que seguirá el camino
de Arafat», dice Sari al Abed, de 71 años, sentado con un grupo de
amigos en la cafetería Daruish, en el centro de Ramala.
Al Abed considera que Abú Mazen es «el amigo» y, por tanto,
sucesor natural del histórico líder palestino Yaser Arafat, muerto
el año pasado; y ello a pesar de los sonados enfrentamientos entre
ambos registrados estos últimos años.
En la cafetería, sentado ante Al Abed, que trabajó como
comerciante durante trece años en Nicaragua y Panamá y habla un
español muy correcto, se encuentra Mustafa Hamadán, de 57 años. Por
el contrario Hamdán, que lleva en el paro «desde que llegó Arafat y
su pandilla» a los territorios palestinos a mediados de la década
de 1990, no tiene la menor intención de votar.
Por su parte, el propietario de la cafetería, Shaban Abú Sharif,
de 49 años, se acerca con su enorme bigote a la mesa de Al Abed y
Hamdán con ganas de sumarse a la tertulia matutina. «La elecciones
celebradas bajo ocupación militar no tienen valor porque no hay
libertad y nos han sido impuestas», sostiene.
Los palestinos vivieron ayer la jornada de reflexión, mientras
Israel advertía que anulará el repliegue de sus tropas si las
milicias cometen otro ataque como el del viernes, que costó la vida
a un soldado. El Ejército israelí se comprometió a retirar sus
tropas durante 72 horas para permitir el proceso electoral, aunque
hasta ahora no lo ha hecho.
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