Esta velada acusación se suma a la que hace en un artículo
publicado en la edición dominical de «Il Manifesto», para el que
trabaja: los secuestradores le alertaron de que los norteamericanos
no querían que volviese a Italia.
La cronista dijo a los representantes del ministerio fiscal que el
ataque de la patrulla norteamericana fue injustificado y que el
vehículo en el que viajaban iba a una velocidad moderada, sin dar
pie a equívocos.
Tras explicar que el resto todavía no lo puede contar, al haber una
investigación en marcha, Sgrena califica ese viernes como el día
más dramático de su vida, antes de pasar a narrar algunos
pormenores del secuestro «que ha cambiado para siempre mi
existencia». «Los primeros días del secuestro -escribe- no vertí ni
una lágrima. Estaba furiosa. Les decía en la cara a los
secuestradores: ¿pero cómo me habéis secuestrado a mí que estoy en
contra de la guerra?».
«Declaraban estar firmemente empeñados en liberarme, pero debía
estar atenta, 'porque están los americanos que no quieren que tu
vuelvas'», escribe en ese artículo la reportera, que está
hospitalizada debido a las heridas que sufrió en la refriega.
Su compañero sentimental, Pier Scolari, que la acompañó en el
viaje de regreso desde Bagdad, avanzó el sábado en parte estas
tesis con la sospecha de que el tiroteo pudiera haber sido
premeditado y que en realidad «se hubiera tratado de una
emboscada».
Esta serie de agravios se completa con las declaraciones
efectuadas por Giuliana Sgrena a los fiscales de Roma que han
abierto una investigación para esclarecer los hechos, con la
imputación de homicidio voluntario.
Las autoridades italianas están a la espera de que EEUU aclare
lo ocurrido, como se ha comprometido el propio presidente
estadounidense, George W. Bush, en una llamada telefónica al primer
ministro italiano, Silvio Berlusconi.
Entre tanto, ayer se puedo leer una primera versión de Giuliana
Sgrena en el relato que, bajo el título de «Mi verdad», publica en
las páginas de «Il Manifesto». «Faltaba menos de un kilómetro, me
dijeron, cuando... Recuerdo sólo fuego. En ese momento una lluvia
de fuego y proyectiles se abatió sobre nosotros acallando para
siempre las voces divertidas de pocos minutos antes», señala.
Luego rememora la muerte de Calipari: «Nicola Calipari se
abalanzó sobre mí para protegerme y, de pronto, repito, de pronto,
sentí su último suspiro y se me murió encima».
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