Los primeros 6.000 refugiados desesperados llegados a Karasu
(antigua Ilichovsk dividida por la mitad por el río Shahrijansáy y
repartida entre ambos países vecinos tras la caída de la URSS) se
encontraron con la frontera cerrada a cal y canto por ambos lados.
El presidente uzbeko, Islám Karímov, atribuyó la insurrección a
fuerzas integristas islámicas y dijo que en los enfrentamientos
sólo murieron diez militares y «muchos más» rebeldes.
Y mientras Andizhán volvía a la normalidad y enterraba a sus
muertos bajo la atenta mirada de los militares, el centro de
gravedad de la crisis se desplazó a Karasu, localidad fronteriza
adonde acudieron miles de refugiados asustados por la violencia de
su ciudad.
La muchedumbre quemó varios coches de la policía, arrojó al río
un camión militar, prendió fuego a varios edificios oficiales,
golpeó a agentes y funcionarios y durante la noche se hizo de hecho
con el control de la ciudad, abandonada por las autoridades
locales.
Los refugiados repararon un puente destruido sobre el río
Shahrijansáy y unos 600 pasaron al otro lado, donde fueron alojados
y atendidos en un campamento improvisado de tiendas de campaña.
Funcionarios kirguises confirmaron que 22 refugiados presentaban
heridas de bala y necesitaron urgente ayuda médica, y que los demás
incluso transportaron a través del río varios cadáveres de sus
familiares abatidos.
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