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JOAQUÍN RÀBAGO-LONDRES
El primer ministro británico, Tony Blair, sufrió ayer una humillación en el Parlamento al ver derrotada su propuesta de prolongar de catorce a noventa días el plazo máximo de detención sin cargos de un sospechoso de terrorismo. El líder laborista, que se había jugado el todo por el todo con esa controvertida cláusula de su proyecto de ley antiterrorista, vio cómo 49 diputados de su propio partido se rebelaban y sumaban su voto a los de numerosos conservadores, los liberales demócratas y los nacionalistas escoceses.

Esta primera derrota que sufre el líder laborista desde que llegó al poder en 1997, que muchos achacarán a su arrogancia y excesiva confianza en sí mismo, erosiona su autoridad y alimentará con seguridad las especulaciones sobre su futuro político. Los argumentos de que las fuerzas de seguridad necesitaban un plazo adicional tan amplio para interrogar a los sospechosos y desarticular las redes terroristas pudieron finalmente menos que los escrúpulos de quienes temen un recorte de las libertades civiles bajo el pretexto de la lucha antiterrorista.

Pese a su teórica mayoría parlamentaria de sesenta y seis diputados laboristas, el Gobierno perdió la votación por 322 votos frente a 291. A cambio se aprobó por 323 votos frente a 290 una enmienda alternativa, que gozaba de amplio consenso en la Cámara, por el que el plazo actual se dobla a veintiocho días.

De poco le ayudaron esta vez a Blair sus reconocidas dotes de persuasión para convencer a los rebeldes de su propio grupo y a la oposición, que dudaban de que fuera necesario concederle a la Policía los noventa días que ésta reclamaba con fuerza para cumplir su tarea. Tampoco sirvió de nada obligar a dos de los ministros, el de Asuntos Exteriores, Jack Straw, y el de Finanzas y aspirante a su sucesión, Gordon Brown, a suspender sus viajes por el extranjero para regresar urgentemente a Londres para participar en una votación que se adivinaba muy reñida.